ELIZABETH TAYLOR Y FRANÇOIS OZON


Hoy fui al centro y caminé, caminé y caminé. Esto de caminar en mí no es ninguna novedad. Andar a patín por la ciudad es una de las cosas que disfruto mucho. A patín uno siempre se lleva sorpresas: te encuentras a conocidos que no habías visto tiempo ha; te metes a un café y descubres que allí venden un buen té,  etc. De lo que me sorprendí hoy, fue de lo siguiente.
Antes de que describa la sorpresa, permíteme contarte que hace muchos años leí una novela de Elizabeth Taylor; no me refiero a la actriz sino a la escritora. Sí; por si no lo sabías, hay una escritora con el mismo nombre de la  actriz. También británica, pero menos famosa por razones que no sé. La novela se llama Mrs. Palfrey at the Claremont, y harto me gustó porque el personaje femenino tenía mucho de imaginativa y solitaria, como El Quijote. Ora verás. La Sra. Palfrey es una anciana que vive en un hotel, el Claremont; allí se hospedan varios ancianos que son visitados por sus parientes. Ella no tiene a nadie, salvo un sobrino, pero éste nunca la visita. Sin embargo, ella les cuenta a sus vecinos de hotel que su sobrino la quiere mucho, la procura y la mima. Pero todo es mentira; el sobrino ni la pela. Nunca la llama ni la busca ni nada. Si el personaje de don Cervantes inventa a una Dulcinea, la señora Palfrey inventa un sobrino que la quiere y así sobrevive en un mundo donde el cariño brilla por su ausencia. Inventa que su sobrino la llama, que le envía cartas y una considerable pensión; pero ninguno de los vecinos del hotel lo ha visto y empiezan a dudar de la existencia de él. Incluso, en un momento, se burlan de ella. Así, le pide a un joven escritor que conoce en la calle que se haga pasar por su sobrino y que vaya a visitarla y la colme de arrumacos. El muchacho acepta y los ancianos del hotel se sorprenden. La señora Palfrey y el escritor inventan que son parientes y a fuerza de mentir acaban amándose.
Siempre conservo en mi memoria esta anécdota de la Taylor, la escritora, no la actriz que lo único que ésta debe de escribir es su firma en los autógrafos y en sus actas de divorcio. Desde que leí la novela me dediqué a buscar los libros de la novelista, y jamás he podido encontrar otro que no sea el que ya referí. Ni en librerías de viejo del D.F. ¡Ni en Nueva York! ¿Será que no busco bien o se han dejado de publicar las novelas de Elizabeth Taylor?
El día de hoy, en mis andanzas por el Centro se me atravesó un hombre de películas piratas y, revisando los títulos, me llevé la sorpresa de que uno de mis directores favoritos de cine, François Ozon, dirigió una película que se llama Angel, basada en la novela The real life of Angel Deverell, de Elizabeth Taylor, publicada en 1957. Compré la película. Regresé a casa con la sensación de haberme encontrado a un amigo que me daba nuevas de una amiga que teníamos en común.
Si ésto no es una linda sorpresa, ¿entonces qué es?

2 comentarios:

Javier dijo...

¡Qué rica sorpresa! Paisano y tocayo, verás que encontrarás las demás, dicen que la esperanza es lo último que muere, yo digo que es inmortal.
; )

José Javier Flores Aguario
(Javito Jitomate Cebolla et.al. pa' los cuates)

Sr No quiero dijo...

morboseando lo morboseable. saludos buen hombre (aunq algo indeciso)..