Mis amigos del Facebook

Soy un ingenuo. Soy de las personas que se cree a pie juntillas todo lo que le aseguran de palabra o por escrito. Si alguno me dice “Te quiero”, soy capaz de dar las nalgas por ese alguien. Si otro afirma que me brinda su amistad, ya me siento querido. Así pues, si el Facebook asegura que tengo 210 “amigos” me lo creo; pienso que eso me da autoridad para saludar a mis amigos facebookeros cada vez que me los topo y estoy creído que me contestarán con entusiasmo, pues siempre da gusto encontrarse a un cuate, ¿verdad? Mas no es así. Me ha pasado que cuando los saludo, me tuercen la boca y la cara cual almeja con un chorrito de limón. Un ejemplo: hace un mes, en El Marrakech , saludé a Equis, no es su nombre este pero así lo mencionaré para evitar problemas. Le dije: “Hola Equis, tú y yo somos amigos.” Equis me miró de pies a cabeza, y dijo: “No lo sé.” Dio media vuelta, y se retiró con cara de susto. Me sentí tan mal que tuve la idea de, en cuanto llegara a casa, eliminarlo de mis “amigos”. Pero al conectarme al Face, encontré un recadito cariñoso de Equis que decía: “Efectivamente, somos amigos del face. Je. Un abrazo.”
Este último sábado, en el mismo Marra vi a otro de mis “amigos.” Le comenté, emocionado, a José Luis: “Mira, aquel güero es mi amigo, se llama Ye (así lo mencionaré para no meterme en broncas). Deja lo saludo.” Y allá voy a saludarlo; le dije: “Hola Ye, tú y yo somos amigos del Face, ¿verdad?” Él, muy serio, más bien emputadísimo, contestó: “Si tú lo dices.” Entonces, le dije: “Perdona mi imprudencia, Ye. Ahora confirmo que un amigo del Face no es necesariamente un amigo en la vida real.” “Exacto”, dijo él, más emputado aún. Como él no mostró ganas de conversar y yo no sabía qué decir, le dije: “Cómper.” Y volví, con el rabo entre las patas, a reunirme con José Luis. Le conté la afrenta que había recibido y José Luis sólo me dio unas palmaditas en la espalda, y me dijo, mientras levantaba su tarro de cerveza, “Salud”. Luego, miré a Ye y vi que abrazaba con afecto a un chavo que supuse su novio. Ye me miraba de reojo. Entonces tuve la impresión de que él pensaba que me le acerqué porque tenía el deseo de ligármelo. ¡Para nada! Y aprovecho esta nota para aclarar: Querido Ye, quiero que sepas que los güeros y los chaparritos nunca han sido mi afición; y tú eres albino y de baja estatura física y moral. Sip.”
Estoy siendo demasiado parcial. ¡Pero es que me dio mucho coraje! Lo cierto es que también, gracias al Facebook, he conocido, en vivo, a gente chida. Por ejemplo, en los días de la feria del libro del Palacio de Minería, al salir de ella encontré a otro “amigo”: Juan José Campos, un teatrista de San Luis Potosí. Él iba entrando al Palacio, lo detuve, y le dije: “Oye, tú eres mi amigo del Facebook, compré tu libro en la Feria y quiero que me lo dediques.” Él me abrazó emocionado y me firmó el libro. Días más tarde, recibí un mensaje en el cual leí: “Querido amigo: el encuentro que tuvimos en la ciudad de México fue muy corto, pero uno de los más bonitos durante mi estancia en el D.F.” Lo adoré. Quiero quedarme con esta idea de Juan José Campos y yo dándonos un fuerte abrazo amistoso, pues esto me hace pensar que mis amigos del Facebook son realmente mis amigos. Y los saludaré con harto gusto cada vez que los encuentre. Así me den mi afrenta, me hagan jeta, me tuerzan la boca. En una de esas la Fortuna cambia y entonces ganaré un fuerte abrazo.
Soy un ingenuo. Y terco como una mula.