EL JARABE DE LA MADRECITA

Yo no sé qué gusto le halla mi hermana Nancy en visitar a curanderos de todo tipo. En esta ocasión me llevó a Chilapa a consultar a una madrecita que cura. Ayer, a las seis de la madrugada, Nancy tocó a la puerta de mi cuarto para decirme que me apurara pues a las siete era la cita, en el Jardín, con el chofer y los pasajeros con quienes iríamos a Chilapa. A las siete en punto ya nos esperaba una combi. Pero salimos de Palma Gorda a las siete treinta, ya que una pasajera que venía de Las Mesas venía retrasada. Pero esta pasajera llegó con otras dos señoras. El chofer les dijo que la combi sólo tenía capacidad para diecisiete personas. Dos pasajeros se compadecieron de las meseñas y resolvieron quedarse en Palma Gorda, pues una de las meseñas estaba impedida de la vista. La cieguita y sus dos acompañantas subieron a la combi, y no habían pasado dos minutos cuando a una de las pasajeras le entraron ganas de hacer  la chis; pero el chofer, de la manera más amable le pidió que se las aguantara, pues ya era muy tarde, y que más adelante podría hacer sus necesidades. Y así fue, en la gasolinera de Buenavista, la combi se paró y allí pudo bajar media combi para que vaciara sus aguas. Yo iba muy emocionado a Chilapa, porque no había ido desde que mis hermanos estudiaban allá, en los internados de monjas y sacerdotes, el Carrillo Cárdenas y el Morelos, a finales de los años sesenta. De Chilapa recordaba el Jardín Central, que hoy le llaman Zócalo, y sus árboles frondosos; también de sus casonas de techos altos de dos aguas cuyas tejas tenían musgo y matitas parásitas debido a la humedad del lugar. Hoy día no existen esas construcciones; en su lugar se levantan unas de cemento con pretensiones de modernidad. Antes de llegar con la monjita que cura, pasamos al mercado a desayunar. Había mole con pollo, enchiladas, empanochadas, atole, chocolate pero que no comí porque la cazuela de mi pozole era tremenda.
   Las primeras que pasaron con la monjita fueron mi hermana y su hija. Después, yo. Y me sorprendió que la monjita no estaba vestida con hábito de monja, que es como yo me la imaginaba. Le calculé unos cincuenta y cinco años de edad y estaba metida en unos pantalones de gabardina beige, una blusa de algodón blanca, y un paliacate desteñido amarrado a su cabeza. Su indumentaria me recordó a las chinas bajo el régimen de Mao Tse-tung; incluso miré las paredes para ver si veía un póster de Mao o del Che. Pero no, estaban pelonas; sólo colgaba un cuadrito donde San Miguel blandía una espada sobre Luzbel. En cuanto me vio entrar, la monjita me pidió que depositara mis monedas, cinturón y celular sobre su escritorio. Tomé asiento y como no me preguntó mi nombre ni sobre mis males, comencé a decirle: “Soy una persona nerviosita y tengo un sueño accidentado.” Ella no puso aprecio a lo que dije. Cogió una varita de cobre, de unos treinta centímetros de longitud, avanzó hacia mí y la puntita me la puso ora en mi panza, luego en mis riñones, después en los pulmones hasta que recorrió mi cuerpo como buscando el tesoro de mis achaques. En seguida puso sobre el escritorio seis botes de plástico que contenía, cada uno, un litro de un líquido oscuro. Me pidió que cogiera uno a uno mientras volvía a colocar su varita en diversas partes de mi espalda. Dijo: “A ver, vuelve a agarrar esa que acabas de agarrar.” La cogí, y dijo: “Ésa mero es. Alcánzamela.” Cogió el bote mientras decía: “Estás muy bien de salud. No tienes nada grave.” “Sí; yo me siento fuerte, le dije; mi único mal es que tengo un sueño malillo.” Ella dijo: “Con este bote te vas a sentir muy bien. Te tomas una cucharada en la mañana; y otra cucharada en la noche.” No le pregunté de qué estaba compuesto ese brebaje, pues ella tenía un modo muy golpeado de hablar. Cogí mi bote y pregunté: “¿Cuánto le debo, madre?” “Lo que sea tu voluntad.” Así de rápida fue la consulta.
   Ya cuando nos encontrábamos caminando por el Zócalo de Chilapa. Nancy me contó lo siguiente: “Sí, José, la madrecita es de pocas palabras. La primera vez que vine a consultarla, le pregunté qué es lo que yo tenía. Y ella, con voz cortante dijo que no acostumbraba a hablar de los males ni a revelar el contenido de los jarabes que prepara. Yo le alabé las facultades que Dios le había otorgado para sanar al prójimo. Y entonces ella sintió confianza para contarme partes de su vida. Dijo que, tanto su padre como su abuelo tenían el don de sanar con hierbas; desde chamaquita aprendió el nombre de las plantas medicinales y su utilidad para atacar los males de la gente. Con el paso del tiempo se hizo monja y la orden a la que ella pertenecía la envió a Ayutla para asistir a un médico. Ella, al ver que el galeno no se daba abasto para atender la lista larga de enfermos humildes, le confesó lo siguiente: “Yo quiero aprender a sanar.” El doctor, ni tardo ni perezoso, le puso en las manos un libro grueso de más de un millar de páginas, con hartas letras y fotos de gente a punto de pudrirse. Llena de asco y aburrición, abandonó el libro y se fue como asistente de otro médico de origen japonés quien le enseñó a utilizar la varita de cobre y ella aprendió a usarla y a recetar, no con alopatía como lo hacía el nipón, sino con brebajes que ella aprendió por vía paterna. La monja regresó a Chilapa y comenzó a recetarles a sus hermanas conventuales; después, a vecinos, y más tarde a todo aquel que le solicitara ayuda. Y vieras qué buena es, José. A mí me quitó una bola que me salió en la chichi; a mi papá le quitó el dolor de huesos; mi mamá ya no sufre por la vesícula, y a Martha le borró una cicatriz que le dejaron en la nalga los colmillos de un perro.”
   Hoy he tomado mi primera cucharada del Jarabe de la Madrecita, y espero volver a mis noches de dulces sueños.

PARA QUE NO LO OLVIDE

Al abrirse la puerta del ascensor, un señor de calva brillosa como zapato recién boleado, me dijo: “Aquí es el primer piso”. Salí, y a la primera secretaria que me encontré, le pregunté; “Disculpe. ¿Dónde es Tierra Adentro?” Ella contestó: “Al fondo a la derecha, pregunta por Lourdes”, su boca dibujó con tal exageración el ou de “Lourdes” que parecía soltar un beso. Me conduje por el pasillo, di vuelta a la derecha, y detrás de un escritorio descubrí a una mujer pequeñita, sentada (¿o parada?) detrás de un escritorio. Me miró con una expresión de “¿qué se le ofrece, joven?” “Busco a Lourdes”, contesté. Ella dijo. “Esa soy yo; díme.” Entonces, le conté que me encontraba en CONACULTA porque quería comprar unos ejemplares de un libro que Tierra Adentro me publicó hace muchos años. “¿Cuál es el título y tu nombre?” “Afectuosamente, su comadre. Y mi nombre es José Dimayuga.” “¿Dima qué?” “Dimayuga, con D de diente e igriega.” Ella se acercó a la pantalla de su compu mientras repetía como un mantra mi libro y apellido.” Levantó la mirada, y dijo: “Ay, fíjate que no lo tengo. Pero déjame ver si lo tiene Inesita.” Y al punto pegó la carrera hacia el fondo del pasillo, dio vuelta a su izquierda, desapareció para luego aparecer corriendo hacia mí. Dijo: “Ay, fíjate que no lo tiene, la malvada”, y siguió corriendo a lo largo de otro pasillo, desapareció y volvió a aparecer corriendo hacia mí para decirme: “¡Ay, tampoco Mayra lo tiene! Pero déjame preguntar a bodega:” Cogió el teléfono, marcó y preguntó si tenían tal libro de tal autor. Guardó silencio, se mordío el codito de su dedo índice mientras decía; “Ay, no me digas, no me digas. Besos, bay.” Lourdes, me miró, y dijo: “Me dice Pablo que ya no hay en bodega. Pero ven, acompáñame.” La seguí, y nos metimos al despacho de “la licenciada”; entendí que “la licenciada era su jefa”. Me mostró un librero donde vi bien formaditos toda la serie de Tierra Adentro. “El tuyo debe estar atrás de esos”, dijo. Quité dos pilas de libros y sí, tenía razón, allí vi un ejemplar de Afectuosamente… “!Híjoles, el único, qué padre!,” exclamé emocionado. Entonces Lourdes dijo: “Ajá, es el único. Pero no te lo puedes llevar.” “¿Por qué?”, le pregunté. “Es que es de la colección de la licenciada, ¡y si te lo llevas se me va a armar!” “Que mala onda. ¿Pero me dejas tomarle una foto?” Ella asintió con un movimiento de cabeza mientras se mordía el codito de su dedo índice. Después dijo: “Ponlo sobre el escritorio para que tengas luz.”

Saqué mi celular, y le tomé la foto a un libro que quise mucho, y la posteo aquí para que no lo olvide.

DOS PASTILLAS DE "UBICATEX"


De joven, como todos los jóvenes, me sentía muy nalguita. Me sentía muy acá, como muy perfecto; creía que el mundo lo tenía a mis pies. Y creo que, en efecto, lo tenía a mis pies, pues así me conducía y la gente me daba el avión. Pero nada es eterno. Pasa el tiempo, y es el tiempo mismo quien te da tus pastillas de Ubicatex. Las dos pastillas de Ubicatex que quebrantaron mi egocentrismo juvenil fueron dos. De seguro fueron más, de lo contrario viviría pirado. Pero son dos las que recuerdo con cariño y gratitud; y son las que menciono en líneas de abajo.
La primera pastillita es la siguiente.
Una aciaga tarde sonó el teléfono. Era mi mamá. Me hablaba desde Palma Gorda para hacerme una "cordial invitación". Dijo que me quería llevar a Acapulco, puesto que en el Centro de Convenciones se presentaría un sanador famoso que, a fuerza de oraciones masivas, curaba todo tipo de enfermedades. Le dije: "Hasta donde sé, no sufro de ningún mal." Entonces, ella replicó: "Eso es lo que tú crees, hijo; quiero que sepas que eres bizco." "¿Cómo que soy bizco?" Y ella: "Claro, desde que eres chiquito se te va un ojo chueco. Y quiero que te lo enderecen para que veas las cosas como son." "¡Eso es falso!" "¡Eso es tan cierto como esta plática! Si tienes una foto de frente, mírate bien y me darás la razón"; esto lo dijo con una seriedad que parecía enojo. Yo me sentí humillado y ofendido. Triste. Y para no acabar la plática en drama, le dije que agradecía su invitación pero mi ojo chueco hasta ahora no me había producido problema alguno." Nos despedimos, y al punto corrí a abrir mi álbum de fotografías, y entonces le di razón a mi mamá. Era verdad, por primera vez me daba cuenta de que mi ojo izquierdo se pega un poquito hacia mi nariz. ¡Soy bizco y a los 36 años de edad me venía a enterar!
La segunda pastilla me la dio, no hace mucho tiempo, un galán que tuve. Cuando nuestro amor comenzó a volverse rutina, él me dijo que lo que no le gustaba de mí eran mis patas cortas y mi torso muy largo. Yo puse cara de no dar crédito cuando lo escuché. "Sí, y si no lo crees vayamos al espejo", me dijo. Tenía razón el desgraciado. Nos pusimos los dos frente al espejo, y entonces descubrí esa desproporción que desconocía. Así que, antes de que continuara enumerando mis defectos, lo mandé por un tubo. Sólo hasta entonces comprendí por qué los pantalones me embonaban de manera rara; qué tristeza, ahora me explico por qué no tengo un pantalón que me horme bonito.
Después de esa verdades crueles, mi timidez se acentuó de tal manera que cuando conversaba con alguien, me acordaba de mi estrabismo y le cambiaba la mirada a mi interlocutor. Y hablar en público me ponía inseguro sólo de pensar que se dieran cuenta de mi asimetría corporal. Pero fue Alejandro Jodorowsky quien hizo que me reconciliara conmigo mismo. En su libro "La vía del tarot", cuando habla del arcano número VIII, La Justicia, dice que "equilibrio y perfección no son sinónimos de simetría." Y dice que los constructores de catedrales rechazaban la simetría, pues lo consideraban algo diabólico. Y la verdad a mi me hace más gracia el Bien que el mal. Mi cuerpo, mis ojos, no los fabricaron los ingenieros de las catedrales, pero si el Arquitecto mayor. No soy una nalguita, no soy perfecto; pero me parezco un poquis al Bien. Je, je.

LAS PAUSAS CONCRETAS

Este miércoles 4 de noviembre es la presentación del libro Las pausas concretas, de Roberto Ramírez Bravo en la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes.
Presentan: Yuri Herrera, José Dimayuga y el autor.
No Faltes.

Cosas de miedo

Ora que se acerca el día de muertos, me acordé de dos miedos grandes que tuve en la infancia a causa de ese otro mundo desconocido, el mundo de los muertos y chaneques.
1. Era de noche. Yo tendría siete años cuando mi mamá apagó la luz de la tienda, en Tierra Colorada. Oí su voz que me decía: “José, apúrate.” Vi todo oscuro y me encaminé a tientas por el pasillo que conducía a la salida. En el trayecto, de pronto vi a un niño, totalmente desnudo y de su piel manaba una luz fuerte. Él sonreía; abrió los brazos, porque su intención era estrecharme, y me asusté. Cerré los ojos; avancé más aprisa hacia la salida. Cuando me reuní con mi mamá, no le conté nada. No me iba a creer. “¡Te tardaste horas!”, me regañó. Y mi impresión era que había salido muy rápido.
2. Mi dormitorio era un catre que yo extendía junto a la estufa. Mi hermana Mirna y Tomasa, la sirvienta, dormían en una habitación. Yo andaba en los nueve años de edad. Ya me encontraba acostado cuando Tomasa y Mirna entraron a la cocina. Mirna me cogió del brazo, y dijo: “José, levántate porque vamos a bendecir tu cama.” Me puse de pie. Tomasa, mientras lanzaba chisguetes de agua bendita sobre y alrededor de mi cama, me contó que a la vecina Doña Mary, cuando planchaba la ropa, el diablo se le montó en los hombros. Ella, al verse con el diablo encaramado, le gritó a su marido: “¡Toño, ayúdame!” Don Toño acudió a ella y como vio que gritaba enloquecida, él preguntó. “¿Por qué tanto grito, mujer?” Ella contestó: “¡Quítamelo de encima, por el amor de Dios, quítamelo, Toño!” Él preguntó: “¿Cuál, qué cosa?” “¡A Satanás, quítamelo por el amor de Dios!” Don Toño le recorrió el cuerpo con la mirada, y dijo: “¡No te veo nada, mujer!” Doña Mary ahora lloraba: “¡Te digo que lo tengo aquí montado, ayúdameeee!”
Después que bendicieron mi cama, Mirna y Tomasa se fueron. Yo me quedé temblando de puritito terror.

Miedo también sentí cuando se corrió el rumor de que había un vampiro suelto y a algunos vecinos del pueblo les dio por colgar crucifijos y manojos de ajos en el marco de sus puertas para ahuyentar el mal. A mí me dio por dormir con un paliacate enredado en el cuello para pedir auxilio cuando el vampiro lo desatase con el propósito de asestarme la fatal mordida. Miedo tuve cuando en la escuela se rumoró que estaban por llegar unas monjitas que inyectaban a los niños para mandarlos al otro barrio. Miedo cuando escuchaba decir que el mundo se iba a acabar y yo me imaginaba que el cielo se abría al sonido de las trompetas que anunciaban la llegada de Dios. Entonces, yo corría hacia mi mamá y, angustiadísimo, le preguntaba si era verdad o no ese rumor. Y ella decía que no hiciera caso de esas patrañas, pues el mundo jamás se acabaría, “lo que se acaba, explicaba ella, es la vida de cada ser humano.” Eso me devolvía la tranquilidad y la confianza al cuerpo.
Por si fueran pocos estos sustos, me iba al cine a chutarme películas de miedo. Todas las películas de luchadores me daban miedo, pues todos los luchadores peleaban contra el mal encarnado en monstruos, diablos, vampiros y marcianos. Asimismo, recuerdo pelis que no eran de luchadores sino de ciencia ficción, como aquella de La mosca en la que un científico, por andar experimentando con sustancias altamente peligrosas, mezcló su composición genética con la de un insecto y se convirtió, a lo largo de la peli, en una espantosa mosca que acabaría en las garras de una araña. Recuerdo El pozo, con Sonia Furió y Luis Aguilar. Los dos tienen un hijo. Y de buenas a primeras Sonia Furió avienta al chamaquito a la profundidad de un pozo de agua. Luis Aguilar desciende para rescatarlo y para salir de él estuvo en chino porque la Furió, presa de una furia maniática, les arrojaba piedrotas para que no pudieran salir. Otra peli fue la de unos niños que amenazaban con exterminar el mundo; estos niños eran alienígenas. Ellos no hablaban; eran como muditos, se comunicaban entre sí con la mirada; sus ojos manaban una luz tan intensa que parecían ciegos. Los adultos ya no sabían ni qué hacer para eliminar a los chamacos.
Una vez vi una peli que me asustó y gustó al mismo tiempo. Y como mi mamá me había dicho que cuando yo viera una película simpática se lo comunicara, pues eso fue lo que hice. En cuanto llegué a casa, le dije que no se perdiera la peli que estaban exhibiendo en el cine Tierra Colorada, que seguramente le iba a gustar harto. Hizo caso a mi recomendación. Al otro día, me pidió que la acompañara. Cerramos la tienda a buena hora y nos fuimos bien peinados a la función de las seis. La película se llama El libro de piedra. De tanto en tanto, yo regresaba a ver a mi mamá para ver cuál era su reacción. Vi que, a veces, abría desorbitadamente los ojos; otras, se tronaba los dedos o, de plano, soltaba una exclamación de azoro. Yo pensaba: “Le está encantando la película, qué bueno que la traje.” Pero no fue así. Cuando nos dirigíamos a casa, ¡me ha puesto una regañiza! Apenas habíamos salido del cine cuando le pregunté:
- ¿Le gustó la película, ‘Amá?
Y ella que me dice con voz golpeada:
- ¿Por qué me traes a ver una película de susto? Ya te he dicho que me gustan las películas de Libertad Lamarque o Pedro Infante. ¡Y tú me traes a ver esto! ¿En qué cabeza cabe que voy a pagar sólo para que me estén espantando durante dos horas? Dime, ¿tiene algún chiste? ¿Verdad que no?
- Es que yo pensé que/
- ¡Nada de “es que yo pensé”! Allí me tienes de mensonota cerrando la tienda para venir a ver esta cochinada. ¡Ay, pero la culpa la tengo yo por hacerte caso!

Nunca más volvió a poner un pie mi mamá en el cine. Ella cuenta que dejó de ir cuando en plena función le resultó un fuerte dolor en los riñones. Pero yo pienso que fue el puritito miedo la que la mantuvo alejada del séptimo arte.

Cuentos para entristecer al payaso

Asiste a la presentación de los "Cuentos para entristecer al payaso", de Sonia Silva-Rosas, este 29 de octubre, a las 19:00 horas en el Museo José Luis Cuevas, Centro Histórico de la ciudad de México. ¡¡¡Asiste!!! Habrá muchas sorpresas.

FANTASMAS

Los fantasmas no me asustan; quizá porque desde chiquito mi mamá me decía que más miedo hay que tenerles a los vivos que a los muertos. He visto muchos, en casa propia y en la ajena. No es que me las quiera dar de médium, ni mucho menos fabricarme un aura de misterio, para nada; pero quiero que sepan que apenas entro a una casa e inmediatamente sé si está poblada de ellos o no. Y en el depa de Corina y Paquita no hay fantasmas; fue lo que a ellas les dije. Estas dos amigas se acaban de instalar y dicen que perciben una vibra rara. No contentas con mi conclusión, le exigieron a Ximena, su vecina, que les contara la historia de horror que tenía el departamento que acababan de ocupar y en el que nos encontrábamos comiendo unos ricos chiles en nogada que cocinó Corina. Ximena dijo: “¿Cuál historia de horror? Más bien es una historia bastante repulsiva, pero se las contaré después que nos acabemos de comer estos maravillosos chiles.” “Aquí mataron a alguien, ¿verdad?” Preguntó Paquita. “Tampoco”, contestó Ximena. Corina dijo que sospechaba que había un fantasma, puesto que en el depa de Juan Manuel y Güicho, que se encuentra arriba del que estábamos, había uno. “En efecto, había uno”, dije “y a mí me consta, porque lo vi.” Y como mostraran interés de más, les referí la siguiente historia:
Cuando vivía en Acapulco, cada vez que yo venía al Distrito Federal solía llegar al depa de Juan Manuel y Güicho que está arriba del de Corina y Paquita, como ya dije. La habitación que me asignaban era el estudio de Güicho; allí tiraba una colchoneta en la cual yo dormía. Total que una mañana desperté, cogí un libro y me puse a leer bocabajo, tirado sobre la colchoneta. De pronto, escuché que abrieron la recámara, escuché que alguien entró, luego saltó mi cuerpo para dirigirse hacia una cómoda que se encontraba contra la pared. Yo pensé: “Pues de seguro es Güicho que entró por un calzón o calcetines limpios.” Cerré mi libro y que le digo: “Yo pensé que ya te habías ido a trabajar.” Silencio sepulcral. Pensé en mis adentros: “¡Jijos, ya me visitó un fantasma!” No pelé mucho, y reanudé mi lectura. Cuando llegó la noche, mientras cenábamos, les dije a Juan Manuel y Güicho: “Ay, chicos; no se vayan a espantar con lo que les voy a decir, pero en esta casa hay un fantasma.” Los dos, al unísono, exclamaron: “¡Ya lo sabíamos!” Y los dos, casi al unísono también, me contaron que el fantasma era gay y conocían su santo y seña. Como demostrara interés de más, me contaron la historia. Resulta que un par de años antes de que ellos se instalaran en ese departamento, allí vivía una pareja de gays viejos; uno de ellos, Arnulfo (no se llamaba así, pero se oye bien), pertenecía a una familia de lana de Las Lomas. El padre de Arnulfo era un español que compró una veintena de lotes cuando Las Lomas eran montes llenos de matas y sabandijas. Abandonó la ciudad y se llevó a toda la familia a vivir a esa zona residencial en ciernes. Pero el padre, cuando descubrió que su hijo prefería a los muchachos para irse a la cama, lo echó de su casa y lo mandó a vivir al depa del que hoy hablamos. Allí Arnulfo vivió con su pareja desde 1952 a 1992, año en que murió su pareja de cáncer. Arnulfo le sobrevivió diez años; nunca más se consiguió otro galán para compartir sus últimos años. Vivió solo; tan solo que nadie se dio cuenta cuando murió. Fue Berenice, la administradora, quien descubrió su cadáver cuando subió a la azotea para instalar un tanque de gas. Desde la azotea, echó un vistazo a la ventana del depa de Arnulfo, y vio el cadáver tirado en el suelo, al pie de la cama. Berenice llamó a la policía y sacaron al cuerpo para darle cristiana sepultura. Arnulfo había muerto de un paro. Y ahora se aparecía Dios sabe por qué.
“Ahora cuéntanos la historia del holandés”, le pidió Paquita a Ximena cuando acabamos de comer el último bocado de chiles en nogada. Entonces, Ximena apuró un trago de vino, y dijo: “Hace ocho años que llegué al edificio, en este departamento vivían Vincent y su novia cuyo nombre nunca supe, pero era una tipa muy guapa, blanca, alta, como top model. Vincent era chaparrito, y no era holandés, sino francés. Su nombre no lo supe, pero yo le puse Vincent por su fuerte parecido con Vincent Van Gogh; se parecía, sobre todo, a aquel autorretrato que el pintor holandés se hizo con la oreja mocha. Qué horror. Se ve que los dos, Vincent y su novia se querían bien, pues siempre se les veía platicar y reír a la vez cuando se dirigían a su departamento. Pero semanas después, comencé a escuchar que a mi depa subían gritos de reclamo, reproche, en lengua gala; los dos se decían cosas horribles. Pero se armaban tan fuertes las discusiones que acababan en llanto. A veces oía llorar a él; otras veces a ella. Hasta que un día no escuché más ruidos. Tampoco volví a ver a la chica. Yo pienso que, harta de tanto pleito, lo abandonó. Y el pobre Van Gogh se hundió en la más profunda melancolía; se le notaba en su pésima forma de vestir y en el largo y sucio de sus cabellos. Una vez que coincidimos en el elevador casi me vomito, porque el pobre apestaba a rayos. De pronto, una tarde, escuché voces que venían del departamento. Yo me dije: ¿Será que regresó la chica y han comenzado a discutir de nuevo? Pues no, no era la chica la que alegaba; sino Berenice, la administradora del edificio. Le exigía a gritos que le pagara los cinco meses de renta que le debía o el día de mañana se las iba a ver con Gobernación. Pasaron los días y ninguna autoridad de Gobernación apareció en el edificio. Tampoco volví a ver al holandés. Yo pensé que se había suicidado; y pienso que Berenice también, porque de pronto llegó ella acompañada por un par de policías y forzaron la puerta. ¿Y con qué creen que se hallaron al entrar?... Pues no, no hallaron el cadáver de la chica ni mucho menos el de Van Gogh. Él había escapado, pero dejó las paredes de esta habitación, en la cual nos encontramos, todas embarradas de caca; caca por aquí y caca por allá. Había escrito, con su puño, letra y caca, maldiciones dirigidas a la administradora, a Gobernación y, claro, a su amada. Así sería su rabia.”
“¿Por qué diablos nos cuentas esto, Ximena?”, reclamó Paquita. “¿Por qué diablos me lo preguntaste?”, contestó Ximena. “Tengo ganas de vomitar”, dijo Corina, y se fue al baño. A mí también me dio asquito la historia de Vincent y me fui después de tratar de cambiar, infructuosamente, el tema de la plática.
Yo hubiera preferido una historia de fantasmas; y no la historia de un francés cagón.

El miedo del vampiro

Para Angelina Martín del Campo
Hace treinta años, entré a una librería que se encontraba en la glorieta del metro Insurgentes. En un estante, atiborrado de libros, vi El Vampiro de la colonia Roma. “¿Será que hay vampiros en la colonia Roma?”, pensé. Lo agarré, lo abrí y descubrí que la prosa no tenía puntuación; leí dos páginas al azar y me enganchó; me enganchó lo sabroso del lenguaje del personaje principal, Adonis García; de tal modo que fui a casa por dinero, regresé a la librería para comprarlo y hacer de El Vampiro mi lectura de vacaciones invernales.
El libro lo comencé a leer en el interior del camión Estrella de Oro; y pude haberlo terminado en el trayecto a Tierra Colorada, pero mi pudor me lo impidió. Más bien me sentí paranoico; sobre todo cuando leí las escenas candentes, aquellas en las que Adonis García comienza a coger con personajes de su mismo sexo; temí que mis vecinos de viaje se dieran cuenta de lo que estaba leyendo. Cerré de sopetón el libro. “Ah, caray. No pensé que el libro fuera así.” Reanudé la lectura cuando me encontré solo en mi recámara de Tierra Colorada. Sin embargo, al retomarla, descubrí que mi gozo era tanto que volví a cerrarlo; no quería que se acabaran las aventuras de Adonis García.
No me despegué en ningún momento del libro. Lo traía bajo el brazo a lo largo y ancho de la casa; bajaba a la tienda de mis padres, y allí me ponía a leerlo siempre y cuando no hubiera clientela, o que mi papá y mi mamá estuvieran cerca. No me fueran a regañar o qué sé yo. Recuerdo que Juan Carlos Villamares, un amigo del pueblo, entró a la tienda a saludarme. Platicamos un rato. Y, en un momento que me alejé para atender a un cliente, tomó el libro que dejé sobre el mostrador y leyó unas páginas al azar. Cuando me reuní con él, dijo: “¡Ah, pillín, no sabía que te gustara leer estas cosas!” Yo me puse rojo. No hablamos del asunto. Me sentí como si me hubiera sorprendido en un acto ilícito.
***
Al finalizar cada capítulo, que el autor titula como “cintas”, yo cerraba el libro para ver la foto de Luis Zapata que aparecía en la contraportada. Su imagen era la de un chavo con chamarra negra, cabellos largos y de una fisonomía extraña, de ojos claros y burlones que casaban muy bien con unos labios que esbozaban una sonrisa igualmente burlona. El autor estaba entre un paredón de ladrillos y una tabla de madera que se me antojó la tapa de un ataúd. Parecía un vampiro que sale de su escondite y espera a que pase su víctima para asestarle el colmillo. Yo miraba y remiraba la foto y me hacía muchas preguntas, tales como: “¿Será que Zapata es el mismísimo vampiro de la colonia Roma?” “¿Será, pues, que la novela es autobiográfica?” “¿De dónde salió este autor cuyo libro me daba gusto y susto?” “¿Será que Zapata es pariente de mi vecina Licha Zapata, la que vende las mejores paletas de cacahuate de mi pueblo?” A lo mejor y sí; porque en una de las pestañas del libro decía que Luis nació en Chilpancingo. “¿Y cómo es que nunca me lo había topado con lo cerca que está mi pueblo de su pueblo?” ¡Y que me lo voy topando! Sí. Me encontré al mismísimo Luis.
El encuentro se dio de esta manera: En 1980, era febrero o marzo, asistí a una batucada brasileña en el edificio del Club de periodistas, en la ciudad de México. El patio estaba repleto de jóvenes que brincaban como poseídos al ritmo de una samba. Entre la multitud vi, a mi lado, a Luis Zapata. Estaba de pie a mi izquierda, traía la misma chamarra con que aparecía en el libro, y observaba, con cigarro en mano, a los danzantes. Me dirigí a él. Con cierto temor, le dije: “Tú eres Luis Zapata, ¿verdad?” Me miró con desconfianza, y dijo: “Sí.” Le dije: “Leí tu libro; me gustó mucho. Este… Eres de Chilpancingo, ¿verdad? Yo… Yo soy de Tierra Colorada.” Él, ahora sin regresarme a ver, sólo dijo: “Ah, qué bien. Nos vemos.” Y se fue, dejándome en medio de la algarabía de la gente y el ruidazal de los tambores. Ése fue el diálogo entre el escritor y su lector. Diez años después, cuando ya éramos cuates, le reclamé que por qué había sido tan grosero con su fan. Él dijo: “Ay, Chacho, es que no sabes el gripón que traía. Además, el éxito de El Vampiro no creas que me hacía gracia. Tenía miedo de que me fueran a agredir.” Y Luis tenía razón. Hubo librerías que vetaron la venta de El Vampiro por “pornográfico”. Un sacerdote de no sé qué pueblo lo mandó a quemar. Algunos escritores famosos, secundados por críticos literarios, aseguraban que El Vampiro de la colonia Roma no era literatura. Con esto, de seguro Luis se imaginaba que un loco representante del orden y las buenas costumbres lo treparía al cadalso.

***

“Tenía miedo de que me fueran a agredir”, había dicho Luis. Adonis García también temía que lo fueran a golpear. Todos los gays de entonces temíamos a ser agredidos. Escuchemos una cita de Adonis cuando habla de este temor.
“Íbamos en un coche como nueve cuates puros cuates de ambiente por la calzada de tlalpan veníamos de allá para acá voladísimos y yo me empecé a sentir muy nervioso o sea primero porque íbamos puros cuates de ambiente porque dos de ellos gayos deshinibidos venían abrazándose y besándose en plena calzada de Tlalpan (…) y yo como por maldición dije pensé ‘¿y si de repente nos agarra la tira? que nos viera una patrulla y nos empezara a seguir (…) y que nos detuvieran que se nos cerraran y nos detuvieran y nos preguntaran que por qué íbamos a esa velocidad y tantos monos en el coche y los chavos esos ahí abrazándose y que entonces sospecharan y dijeran ‘¡ah! conque son puros muchachitos’ ‘y de ambiente jefe’ diría el otro porque ya ves que siempre andan como los huevos de dos en dos (…) y que nos dijeran que nos bajáramos y nos empezaran a golpear”

Los gay en los años setenta alucinábamos mucho a la policía; a la policía de uniforme o disfrazada de compañero de trabajo, de padre de familia o vecino. Y no era casual. Había razzias en las fiestas, castigos en casa, risitas de escarnio en el trabajo. Dentro de este contexto de agresión permanente, alguien que escribiera desinhibida y alegremente sobre la sexualidad gay, pues podría ganarse, mínimo, algún comentario violento. Afortunadamente, a Luis nunca se le presentó la tira ni algún loco le lanzó la primera piedra. Con miedo y todo, posicionó, en la literatura mexicana, al personaje homosexual que practica su sexualidad con desparpajo y gozo. Un homosexual sin sentimiento de culpa ni pecado, un personaje que desenmascaraba la doble moral de la sociedad machina de los setenta. Además, con la novela, Luis se nos reveló como un escritor que asumía la literatura como un acto rebelde, arrojado, ganoso de sacudir los contenidos y formas que hasta entonces predominaban.
Los que conocemos a Luis Zapata, nos sabemos de sobra la lista larga de sus fobias. Una de ellas son: a las alturas, a los aviones, las películas de horror, los ratones, me imagino que a los murciélagos también, puesto que son como ratoncitos con alas, a los temblores y a los vampiros del cine; miedo a publicar sus libros, al reconocimiento, etcétera. Pero, paradójicamente, ha sido de una valentía digna de aplauso.
Acaso el miedo es el disfraz del guerrero.

Mis amigos del Facebook

Soy un ingenuo. Soy de las personas que se cree a pie juntillas todo lo que le aseguran de palabra o por escrito. Si alguno me dice “Te quiero”, soy capaz de dar las nalgas por ese alguien. Si otro afirma que me brinda su amistad, ya me siento querido. Así pues, si el Facebook asegura que tengo 210 “amigos” me lo creo; pienso que eso me da autoridad para saludar a mis amigos facebookeros cada vez que me los topo y estoy creído que me contestarán con entusiasmo, pues siempre da gusto encontrarse a un cuate, ¿verdad? Mas no es así. Me ha pasado que cuando los saludo, me tuercen la boca y la cara cual almeja con un chorrito de limón. Un ejemplo: hace un mes, en El Marrakech , saludé a Equis, no es su nombre este pero así lo mencionaré para evitar problemas. Le dije: “Hola Equis, tú y yo somos amigos.” Equis me miró de pies a cabeza, y dijo: “No lo sé.” Dio media vuelta, y se retiró con cara de susto. Me sentí tan mal que tuve la idea de, en cuanto llegara a casa, eliminarlo de mis “amigos”. Pero al conectarme al Face, encontré un recadito cariñoso de Equis que decía: “Efectivamente, somos amigos del face. Je. Un abrazo.”
Este último sábado, en el mismo Marra vi a otro de mis “amigos.” Le comenté, emocionado, a José Luis: “Mira, aquel güero es mi amigo, se llama Ye (así lo mencionaré para no meterme en broncas). Deja lo saludo.” Y allá voy a saludarlo; le dije: “Hola Ye, tú y yo somos amigos del Face, ¿verdad?” Él, muy serio, más bien emputadísimo, contestó: “Si tú lo dices.” Entonces, le dije: “Perdona mi imprudencia, Ye. Ahora confirmo que un amigo del Face no es necesariamente un amigo en la vida real.” “Exacto”, dijo él, más emputado aún. Como él no mostró ganas de conversar y yo no sabía qué decir, le dije: “Cómper.” Y volví, con el rabo entre las patas, a reunirme con José Luis. Le conté la afrenta que había recibido y José Luis sólo me dio unas palmaditas en la espalda, y me dijo, mientras levantaba su tarro de cerveza, “Salud”. Luego, miré a Ye y vi que abrazaba con afecto a un chavo que supuse su novio. Ye me miraba de reojo. Entonces tuve la impresión de que él pensaba que me le acerqué porque tenía el deseo de ligármelo. ¡Para nada! Y aprovecho esta nota para aclarar: Querido Ye, quiero que sepas que los güeros y los chaparritos nunca han sido mi afición; y tú eres albino y de baja estatura física y moral. Sip.”
Estoy siendo demasiado parcial. ¡Pero es que me dio mucho coraje! Lo cierto es que también, gracias al Facebook, he conocido, en vivo, a gente chida. Por ejemplo, en los días de la feria del libro del Palacio de Minería, al salir de ella encontré a otro “amigo”: Juan José Campos, un teatrista de San Luis Potosí. Él iba entrando al Palacio, lo detuve, y le dije: “Oye, tú eres mi amigo del Facebook, compré tu libro en la Feria y quiero que me lo dediques.” Él me abrazó emocionado y me firmó el libro. Días más tarde, recibí un mensaje en el cual leí: “Querido amigo: el encuentro que tuvimos en la ciudad de México fue muy corto, pero uno de los más bonitos durante mi estancia en el D.F.” Lo adoré. Quiero quedarme con esta idea de Juan José Campos y yo dándonos un fuerte abrazo amistoso, pues esto me hace pensar que mis amigos del Facebook son realmente mis amigos. Y los saludaré con harto gusto cada vez que los encuentre. Así me den mi afrenta, me hagan jeta, me tuerzan la boca. En una de esas la Fortuna cambia y entonces ganaré un fuerte abrazo.
Soy un ingenuo. Y terco como una mula.

CARTA ABIERTA



A las autoridades culturales de:
Gobierno del Distrito Federal
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes
Instituto Nacional de Bellas Artes
Universidad Nacional Autónoma de México
Gobierno del Estado de Veracruz
Institutos y secretarías de cultura de los Estados

La casa-museo que Hugo Argüelles construyó durante toda su vida está a punto de perderse. Nuestro admirado maestro Argüelles, creador de obras clásicas en el repertorio del teatro mexicano, compró desde su juventud una casa que fue ampliando con habitaciones y pasillos laberínticos. Paulatinamente fue poblándola con pinturas, esculturas, libros, colecciones de música y su invaluable archivo personal. Ubicó a estos objetos de arte en habitaciones y áreas temáticas, siempre con la idea de obsequiar su Casa-Museo al Pueblo de México. En su testamento, el maestro Argüelles dispuso que a su muerte, ocurrida en diciembre del 2003, la Sociedad General de Escritores de México (Sogem), encabezada entonces por Víctor Hugo Rascón Banda (†), realizara las gestiones con las instancias correspondientes para que su casa-museo fuera una realidad. El presidente de la Sogem trabajó incesantemente para cumplir con la última voluntad de su maestro, sin embargo las circunstancias económicas y políticas de estos tiempos, aunadas a la insensibilidad y desinterés de algunas autoridades, impidieron que se concretara el proyecto de la Casa-Museo Hugo Argüelles. De acuerdo a una de las cláusulas del testamento, hoy día los herederos del Maestro están en libertad de disponer de los bienes del dramaturgo, entre los que se cuentan más de 17 mil libros, más de 15 mil discos compactos, videos en formato DVD, VHS, beta; revistas, libros de arte, colecciones especializadas de teatro, ópera, opereta, zarzuela; pinturas de reconocidos artistas con los temas de Hugo y de sus obras, artesanías, alebrijes, miniaturas, etcétera; incluido su archivo personal. Los abajo firmantes, miembros de la comunidad teatral y artística, actores, directores, escritores, investigadores, estudiantes y amantes del cine y teatro, así como bailarines, músicos, cantantes, melómanos, pintores y creadores, exhortamos a las autoridades e instituciones de nuestro país a que realicen las acciones pertinentes para impedir que se diseminen los objetos que el maestro atesoró en vida. Pedimos que dispongan los recursos necesarios para entablar una negociación con los herederos del Maestro para constituir formalmente la Casa-Museo Hugo Argüelles. Queremos que este lugar se convierta en un espacio vivo, que pueda ser visitado, donde los interesados puedan consultar la biblioteca, audioteca y videoteca; donde se impartan cursos de dramaturgia, etc. En suma, que siga siendo un recinto de creación, tal como lo imaginó y construyó Hugo Argüelles.Señores Funcionarios y Servidores Públicos, en estos momentos en los que la crisis de valores arrastra a las naciones a un hoyo negro de violencia, el Pueblo Mexicano tiene Derecho a la Cultura. Una Nación sin Teatro vive sin ojos y sin memoria; en sus manos está contribuir a la ceguera ignorante o generar un Legado Cultural perdurable y trascendente.
*Tu firma remítela a artedemirar@yahoo.com.mx para llevar control de la lista.
Gracias.


Atentamente


TU NOMBRE BREVE DESCRIPCIÓN TU CORREO
1.- Paz Aguirre. DF.-Su Alumna. Grupo Arte de Mirar. Escribe y actúa
2.- Cristina Michaus. DF. Actriz. Tenzin, S. C. productora, escritora
3.- Enoc Leaño- DF. Tenzin, S. C. Actor, productor
4.- Anna Elia García. DF. Grupo Arte de Mirar. Canta-autora, actriz
5.- Jorge Reyes “Zanco-Totón”. DF. Grupo Arte de Mirar. Actor-zanquero
6.- Carolina Castro. DF. Grupo Arte de Mirar. Directora y actriz
7.- Juan de Dios Rath. Mérida: -Su Alumno-. Escritor y actor.
8.- Silvia Káter. Mérida Yucatán. Actriz.
9.- Ruth Salgado. Puebla. -Su Alumna-. Escritora, locutora
10.-Ruth Jinich. Mérida Yucatán. –Su Alumna-.
11.-Enrique Cervantes. DF. Director y Actor
12.-Enrique Maraver. Artista.
13.-Gonzalo Valdés Medellín. DF. Su Alumno. Periodista, Director.
14.-José Dimayuga. DF. Dramaturgo.
15.-María Isabel Benet. E.U. Actriz.
16.-Joaquín Segura. Artista Visual
17.-Antonio Zúñiga. DF. Dramaturgo.
18.-Thelma Cuervo. Xalapa. UV. Escritora y actriz.
19.-Gabriela Inclán. DF. –Su alumna-. Dramaturga.
20.-Natalia Vega. Editorial Dunken.
21.-Damian Zavala. Teatro la Bodega
22.-Cecilia Campos. DF. Actriz. Univ. Veracruzana.
23.-Rogelio H. Figueroa. Xalapa. Amante del arte.
24.-Armando de la Vega. DF. Actor. CUT-UNAM
25.-Antonio Rojas. DF. Actor mexicano.
26.-Fernando René Arjona. Cancún. Actor, reportero, escritor.
27.- Annel Estrada. Pachuca, Hidalgo. Teatrista.
28.- Betania Benítez Rodríguez. Xalapa. Actriz, guionista. Productora de Radio Univ.Veracruzana.
29.-Luis Casasco. Xalapa. Todo en relación con las Artes Escénicas. UV.

30.- Estela Leñero. D.F. Dramaturga

31.- Teófilo Guerrero. Jalisco. Dramaturgo.

32.- Víctor Castillo, Jalisco.

33.- José Ruiz Mercado. Dramaturgo. Guadalajara, Jalisco, México.
34.- Efrén Roura, Escritor, La Joya , California, EUA

35.- Julia Marichal Martínez.- Actriz. Su alumna en la EAT. D.F.

CELEBRAN LOS 30 AÑOS DE "EL VAMPIRO DE LA COLONIA ROMA", DE LUIS ZAPATA, A 30 AÑOS DE SU PUBLICACIÓN.

A treinta años de que Luis Zapata escribió El Vampiro de la colonia Roma, considerada la primera novela gay en México, el escritor, poeta y crítico literario José Joaquín Blanco afirmó que “pocas obras han logrado sostenerse por sí mismas, El Vampiro en cambio no ha dejado de funcionar un solo día en estos 30 años, leído, releído, chismeado, recordado, discutido, exaltado, vituperado, es un logro cultural duro, evidente, irrebatible, una verdadera aportación concreta, dura, sólida a la sociedad mexicana contemporánea”. Este domingo se celebró en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, la conferencia por los 30 años de la primera edición de este libro de Luis Zapata, el escritor oriundo de Chilpancingo, ante unos 150 asistentes, entre veteranos y nuevos lectores. En la conferencia "El Vampiro, 30 años después", el otro presentador invitado fue el dramaturgo José Dimayuga, originario de Tierra Colorada. Un tercero, el conocidísimo escritor acapulqueño José Agustín no asistió, porque no termina de recuperarse “del madrazo que se dio” hace dos meses al terminar de ofrecer una conferencia en Puebla y caerse del estrado. “Ni escribir puede”. La conferencia comenzó media hora después de la cita –12:30 horas– por dos acontecimientos, o uno, según se mire: en el recinto se rindió un homenaje de cuerpo presente al filósofo Alejandro Rossi, al que asistió el presidente Felipe Calderón.
Uno de los éxitos más felices de la literatura en su momento
José Joaquín Blanco, autor de novelas como Un chavo bien helado, Las púberes canéforas –también ubicada en la corriente gay– y de crónicas como Función de medianoche, recordó que la novela de Zapata apareció, “en medio de un escándalo tan hipócrita como estúpido, hipócrita con respecto al tema, que ya había dejado de ser tabú en occidente”. Explicó que no en español pero si en otras lenguas del mundo, había bastantes novelas del asunto que se habían vuelto clásicas y recibían el reconocimiento general, “basta señalar a Proust, a Gide, Genet, a Mishima, a Pasolini”. Afirmó que el escándalo amarillista local sólo respondía “a la mochería que prevalecía en el gobierno, en la prensa, en algunas empresas, en la academia… pero también se trató de un escándalo estúpido, pues generalmente se atacó el libro por lo que no era, y estoy seguro de que algunos hombres ilustres que lo hicieron, ni siquiera lo habían leído, y sus alarmas revelaban que sólo habían escuchado en algún mentidero, que se trataban de las memorias verbales de un prostituto vaciadas directamente a una grabadora”. El escritor contó que por fortuna el éxito de ventas “y sobre todo de lecturas dejó en claro que se trataba de una obra plena literariamente, no solo escrita sino admirablemente escrita, con una asombrosa modernidad, tanto del manejo del castellano oral mexicano, como en las más diversas tradiciones como la novela picaresca y otras formas cómicas de narraciones, desde los tiempos de Bocaccio, Rabelais y Quevedo, así como alguna mente vanguardista en la forma de narrar, que en México se llamaba La (literatura de) Onda”. Comentó que “el estruendo del escándalo no tuvo éxito aunque se refugió en algunas otras formas más agrias de represión y censura, en escándalo vergonzante, calladito, que todavía prevalece en algunos ambientes académicos, burocráticos, o parnasianos, y que pretenden aún considerar el asunto homosexual y la forma coloquial y cómica de su escritura, como propios de una sub literatura, la llamada entre comillas literatura gay”. No obstante, reiteró que “lo inadmisible (para esos grupos) y también una de las razones de su éxito continuo durante 30 años, es que se tratara de una historia afirmativa, divertida, digna, casi insolente. Qué descaro, qué impunidad, llamaba la mochería apolillada. La verdad es que la alegría y la vitalidad del Vampiro, la vitalidad y la frescura del lenguaje, su liberado, alivianado modo de vivir sus propios días, lograron uno de los éxitos más modernos y felices de la literatura en castellano de esos años”. Señaló que “no se debe soslayar la importancia de que el asunto gay, hasta entonces tratado en México cuando mucho en forma lateral y anecdótica, o crípticamente o a escondidas, de un solo golpe, estableció un nuevo canon, una obra maestra y un estímulo, para muchos otros escritores que empezaron a escribir diversas obras, no necesariamente a la manera de Zapata, pues no todo mundo tenía sus dones intelectuales y literarios, pero si a partir de ese nuevo estadio aireado, moderno, laico, relajiento”.Y afirmó que Zapata y su libro influyeron en muchos autores que “empezaron a vivir como el Vampiro, otro tipo de aventuras. Tocará a sus autores reconocer ese estímulo, como el propio Zapata ha reconocido en la Onda mexicana, en (el escritor argentino, Manuel) Puig y en ciertas vanguardias francesas y anglosajonas”.
Otros libros del escritor chilpancingueño son Melodrama, Hasta en las mejores familias, De pétalos perenes y En jirones, entre otras.

El miedo es el disfraz del guerrero: Dimayuga
El dramaturgo y director José Dimayuga, originario de Tierra Colorada, ex director de Cultura en Acapulco y coordinador del festival Lésbico-Gay de cine mexicano en el puerto, recordó su experiencia con este libro de Zapata: “Entré a una librería que se encontraba en el metro Insurgentes (en la ciudad de México), en un estante lleno de libros, vi el Vampiro... lo agarré, lo vi, y descubrí que la prosa no tenía puntuación. Leí dos páginas al azar y me enganchó lo sabroso del lenguaje del personaje principal, Adonis García… Fui a la casa por dinero, y lo hice mi lectura de vacaciones. El libro lo empecé a leer en el camión de la Estrella de Oro, y pude haberlo terminando en el trayecto a Tierra Colorada, pero mi pudor, me lo impidió… más bien para dejar para después las escenas candentes… temí que mis vecinos de viaje se dieran cuenta de lo que estaba leyendo… Cerré el libro, "ah caray, no pensé que el libro fuera así". Yo me hacía preguntas: ¿será Zapata el vampiro de la colonia Roma, será una novela autobiográfica?… en una de las pestañas del libro decía que Luis nació en Chilpancingo, ¿y cómo es que nunca me lo había topado con lo cerca que está mi pueblo de su pueblo?, y que me lo voy topando, me encontré al mismísimo Luis, en febrero o marzo de 1980 en una batucada brasileña en el edificio del Club de Periodistas, entre la multitud (lo) vi a mi lado, estaba de pie a mi izquierda, traía la misma chamarra con que aparecía en el libro. Me acerqué a él, con cierto temor le dije: “¿Tú eres Luis Zapata?”. Me miró con desconfianza y me dijo: “sí”. Le dije, “leí tu libro, me gustó mucho, tú eres de Chilpancingo verdad, yo soy de Tierra Colorada”. Él sin regresarme a ver me dijo, “ah qué bien, nos vemos”, y se fue dejándome en medio de la algarabía de la gente y el ruidazal de los tambores. Ese fue el diálogo entre el escritor y su lector. Diez años después, cuando ya éramos cuates, le reclamé que por qué había sido tan grosero con su fan; él dijo: “Ay chacho, es que no sabes el gripón que traía...”. Dimayuga contó el temor de Luis Zapata a que lo agredieran por causa del libro. “El éxito no creas que me hacía gracia”, le confesó. Y Luis tenía razón, hubo librerías que vetaron la venta del Vampiro por pornográfico, un sacerdote de no sé qué pueblo lo mandó a quemar… y unos escritores famosos secundados por críticos literarios, dijeron que no era literatura. Los gays en los años setenta alucinábamos mucho a la policía, a la policía de uniforme o disfrazados de compañeros de trabajo, de padre de familia o vecino… Afortunadamente a Luis nunca se le presentó la tira ni algún loco le lanzó la primera piedra. Con miedo y todo, posicionó en la literatura mexicana al personaje homosexual que practica su sexualidad con desparpajo y gozo, sin sentimiento de culpa ni pecado… Con la novela Luis se presentó como un escritor que asumía la literatura como un acto rebelde, arrojado, ganoso de sacudir los contenidos y formas que hasta entonces predominaban, con una valentía digna de aplauso. Acaso el miedo es el disfraz del guerrero”.
Luis Zapata, en forma breve, agradeció que se conmemoraran los 30 años de la primera edición, que como los cumpleaños, consideró injustificado, pues “qué mérito tiene conmemorar el paso del tiempo”. Sin embargo, agradeció “la oportunidad de encontrarme con mis amigos, independientemente de nuestros merecimientos, los amigos son el premio más grandes que nos da la vida”. (Por Aurelio Peláez. Tomado de El Sur.)

SOY SEXY PORQUE LEO




El 27 de mayo, Sergio y yo nos trasladamos a Puebla para presentar dos libros. Él presentó No recuerdo el amor sino el deseo, de su autoría; y yo, Triple función, del cual soy autor junto con José Joaquín Blanco y Luis Zapata. Lo primero que hicimos al llegar a Profética, fue saludar al responsable de ese lugar: José Luis Escalera, quien nos recibió en su oficina y chacoteamos. Luego, bajamos a tomarnos un té para agarrar valor y presentar sendos libros. Yo inicié la presentación; y, por primera vez, no leí, todo lo dije desde mi ronco pecho. Creo que no lo hice mal. Rematé mi participación con la lectura de un fragmento de Crónicas de amor y olvido en el hotel Belmar: el momento en que la señora Pitman recupera la memoria. Luego, Sergio habló de la editorial Quimera, de la literatura queer, del slogan "Leer es sexy" y de su libro. Y ya. Le pedí que leyera un par de poemas porque no nos podía dejar así, sin ejemplificar lo que acababa de decir de su poesía. Y sí, nos leyó tres; dos poemas grandes y uno chiquito. Un señor del público dijo que mi texto le había recordado el Alzheimer de Blanche Dubois. Ah, caray, yo no sabía que Blanche Dubois sufría de Alzheimer. Así se hacen los chismes, y la literatura también. Al final, algunos fans que siguen a Sergio en su programa de TV, que no conozco, se acercaron para saludarlo en persona.

TEATRO QUEER LATINOAMERICANO

Ayer Antoine Rodriguez me entregó mis ejemplares de Tramoya en el cual publican dos textos míos: Me duele que te vayas y La última pasión de Antonio Garbo. Antoine fue quien realizó la selección de los textos para el número 99, dedicado al Teatro Queer Latinoamericano. Él imparte clases de literarura hispanoamericana en la Universidad Charles de Gaulle-Lille 3, en Francia; y un fragmento de su introducción dice así:
Aunque los rasgos definitorios todavía quedan borrosos en las producciones de los teóricos, se puede decir que queer abarca toda práctica sexualizada, incluyendo las relaciones heterosexuales alternativas, que no se somete a las prescripciones del sistema heteronormado dominante. La teoría queer aboga, entre otras cosas, por la libre circulación del deseo entre los seres humanos, cualquiera que sea su sexo biológico, su género, su pertenencia étnica, económica y cultural.
Las obras dramáticas presentadas en este número , de cierto modo le tuercen el cuello, para retomar el título del famoso poema posmodernista del mexicano Enrique González Martínez, a la estricta norma heterosexual dominante. Presentan varias situaciones en torno a la figura del homosexual masculino que va desde la loca histérica, asumida como tal, hasta los contornos más borrosos de una sexualidad movediza, pasando por la transgeneridad y la gerontofilia.
En este número también aparecen textos de: Xabier Lizárraga Cruchaga, Guido Rosas-Suárez, Marco Polo Rodríguez, Alberto Castillo, Fernando Muñoz Castillo, Cristian Soto y Ramón Griffero.

Celebran los 30 años de El Vampiro de la colonia Roma, del guerrerense Luis Zapata

¡Feliz cumpleaños Vampiro! es el título de la mesa redonda que Quimera Ediciones organizará el 27 de abril en conmemoración de los 30 años de la obra del escritor guerrerense Luis Zapata, El Vampiro de la colonia Roma, festejos que iniciaron en la pasada edición de la Feria del Palacio de Minería y que concluirían durante la tercera edición del Festival de Cine Lésbico gay en Acapulco. El acto se realizará en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM a las 17 horas, el mismo día del cumpleaños de Luis Zapata, y en ella participarán Michael Schuessler, José Dimayuga, Nicolás Ruiz, Eduardo Bush y Luis Zapata quienes serán moderados por Angelina Martín del Campo.
Entrevistado ayer por la tarde, el editor Sergio Téllez-Pon explicó que el ciclo de conferencias en torno a la primera edición de El Vampiro de la colonia Roma tuvo su primera fase en la Feria del Palacio de Minería y abordaron la temática de los posibles nuevos lectores interesados en la obra, pues buscan la validez y la trascendencia del libro con los jóvenes. Agregó que el libro es un clásico de la literatura gay mexicana que es considerado un parteaguas no sólo por la técnica utilizada por Zapata, sino porque representó una identificación para muchos homosexuales que en ese momento realizaron las primeras manifestaciones y consolidación de los derechos y libertad sexual. Expresó que la novela se ha refrendado por la identificación de varias generaciones de lectores y que ha ayudado a que los gay se decidan y “salgan del clóset”. “Desde antes de leer el libro, hace apenas 5 años, he escuchado historias como la de un amante que leía pasajes del texto para definirse, para identificarse y asumir un estilo de vida”, narró Téllez-Pon. Ponderó las virtudes literarias del libro e hizo hincapié en el transgresor lenguaje que utilizó su autor, en un estilo literario que ya es identificable. “Hay toda una estética de la obra de Luis que se refleja en esa obra. No dejo de saber, por las personas que me rodean, qué es lo que el texto ha hecho por esas personas”, sostuvo. Comentó que durante la lectura que se hizo en la Feria del Palacio de Minería, Luis Zapata se dijo sorprendido de que hayan pasado 30 años. Dijo que no existe un género dentro de la literatura denominado “gay”. Añadió que la literatura es una, sin adjetivos, aunque no descartó una separación entre los lectores. “Entre los lectores existen ciertos textos que va adoptando como suyos. La literatura femenina, por ejemplo, hay ciertas obras que se identifican con grupos de mujeres principalmente. Hay algo en esas propuestas que hace que las mujeres se sientan más cercanas, hay características, rasgos, descripciones que tal vez ellas puedan reconocer y generar afinidad”, ejemplificó. Sin embargo, reiteró, eso no delimita la combinación con otros géneros literarios.
–¿Qué diferencia al autor de El vampiro de la colonia Roma con el coautor de Triple función, cuando ya han transcurrido 30 años? ¿Cuál es tu opinión como editor? Se le preguntó.
–La obra de Luis es diversa y versátil. Es un gran escritor. Sabe bien lo que está haciendo, conoce el español, que es la materia prima del escritor y como lo conoce, sabe cómo transgredirlo. No tiene miedo en utilizar distintos estilos, recursos, niveles del lenguaje y cada libro es diferente. En Jirones, Melodrama, Triple Función, cada uno es diferente, eso muestra la versatilidad de Luis tanto en la lengua como en el plano estilístico. En la lectura de la Feria del Palacio de Minería participaron Nicolás Ruiz, joven lector que expresó sus puntos de visa, el propio Téllez-Pon y Eduardo Bush, quien leyó el texto en inglés. Finalmente, Téllez-Pon adelantó que el ciclo de conferencias en torno a la edición publicada por Grijalbo podría cerrarse durante la tercera edición del Festival de Cine Lésbico Gay. La tercera conferencia se realizará el 4 de junio en el palacio de Bellas Artes, participará José Joaquín Blanco y José Agustín, además de Luis Zapata. Habrá un actor que hará una lectura dramatizada de algunos pasajes del libro. (Por Karla Galarce, tomado de El Sur)

Mi Santo y seña

Nunca me festejo cuando cumplo años. Será que no me celebro por costumbre. De chamaco, en mi casa les hacían fiestas a mis hermanas, a mis hermanos, pero a mí, jamás. ¿La razón? Nací un 19 de marzo, día de San José. Y San José es el santo patrón del pueblo de mi mamá: Las Mesas, Guerrero; muy cerca de Tierra Colorada, mi pueblo. Así que mi mamá, como buena devota del Santo y de su terruño, cada vez que era 19 de marzo, ella y sus hijos agarraban su maletita y nos íbamos a la fiesta de Las Mesas. Cuando llegábamos allá, todos polvosos porque la carretera era de terracería, lo primero que hacíamos era visitar la pequeña iglesia a saludar a San José. Luego, nos íbamos a casa de los abuelos a saludarlos, así como a mis tías, tíos y primos. Y aprovechando que andaba yo por allí, pues me felicitaban. Pero nada de pastel, nel; y de regalos, mucho menos. Un 19 de marzo, recuerdo que mi mamá y doña Susana me disfrazaron de San José y me treparon a una camioneta con hartos tules y chamaquitas disfrazadas de ángeles. El carro alegórico se metió por calles y callejones de Las Mesas seguido por la música de viento. Yo sentía pena cada vez que veía a algunos señores o señoras ponerse de rodillas ante el carro y se santiguaban. Tenía ganas de gritarles: “¡Oigan, yo no soy San José!” Después de ese recorrido, le pregunté a mi mamá por qué me habían metido en esa túnica de satín y puesto un muñeco en brazos. Ella dijo que había hecho una manda, pero nunca me dijo qué manda. Éste es el único evento importante que sucedió en mi infancia cuando cumplí años; día en el cual se festejaba no a mí, sino a San José. San José siempre me hizo sombra; fui la comparsa o remedo en su fiesta.
Se dice que la costumbre de llamar Pepe a los José viene de tiempos antiguos. Se escribía PP en las imágenes de San José, para indicar que él no era el padre biológico de Jesús, sino el Padre Putativo. Asimismo, cada vez que se leía un fragmento de un evangelio se añadían las iniciales PP, de allí que los José llegaron a ser Pepe. Aunque otros afirman que Giuseppe, José en italiano, dio origen al Pepe o Pepino (¡qué chinga!); o Pino, el equivalente a Pepe en italiano. Sea cual fuere el origen de Pepe a mi me parecía espantoso. Ñoñísimo. Afortunadamente, en mi casa siempre me llamaron José; jamás usaron el abominable Pepe. Si alguien, queriéndose pasar el simpático, me llamaba Pepe, yo lo ignoraba, me volvía sordo. Y por si no fuera suficiente el Pepe para incomodar a un José, la gente también me llamó: Juisé, Jochechi, Cochechi, Cheché, Chepe. Y a todos los aborrecí con igual esmero. Una vez que visitaba a mi amiguito Jando Plata, me abrió la puerta su madre quien, al verme, me dijo: “Pásate, Chepelín”. Yo sentí un cubetazo de agua fría. Y pienso que mi amiguito también sintió algo similar cuando escuchó a su madre, pues al punto, con vocecita grave la paró en seco: “¡Su nombre es José! No le llames Chepelín.” Santo remedio; jamás volví a escuchar el Chepelín. Mi cariño por Jando aumentó. Pero no toda la vida fui alérgico a los sobrenombres. El Pepe lo integré a mi vida cuando llegué al CCH. Entonces gozaba de cierta popularidad entre mis amigas. Ellas me mimaban mucho y me llamaban Pepe. Años más tarde, Arturo Viveros, quien ya pasó a mejor vida, me apodó Pepe Di, el Di como apócope de mi apellido: Dimayuga. Y es así como me llaman mis amigos más cercanos, un tanto de cariño y un tanto en chunga que he llegado a asimilar sin tanto pedo.
Pero mi nombre es José; así es como más a gusto me siento.

Otelo al betún

Acababa yo de llegar de Palma Gorda cuando sonó el teléfono: era Sergio; me invitaba al teatro, a la función de prensa de la obra Otelo, de Shakespeare, bajo la dirección de Claudia Ríos. Me comí dos mangos y me fui al Centro Cultural Universitario con Sergio. Un trafical en Insurgentes nos hizo llegar a las 7:15 de la noche: la función ya había comenzado. Nos sentamos en la parte de arriba. El escenario estaba pelón: no muebles, ni objeto alguno que apoyara a los actores; a izquierda, derecha y al fondo del escenario sólo se levantaban mamparas patinadas que de tanto en tanto se abrían las del fondo para vislumbrar un paisaje harto nebuloso, gris triste. Sergio y yo llegamos cuando el papá de Desdémona (Ana de la Reguera) reniega de ella porque se enamoró de un moro, Otelo, interpretado por Hernán Mendoza que, en un principio, no lo reconocí porque se veía prieto debido al betún que le untaron antes de entrar a escena. Desdémona, pequeñita de estatura pero de altas decisiones, resuelve juntarse con el moreno porque lo ama. ¡Ay, pero cómo es la gente de envidiosa, porque apenas ve que a alguien le va bien y comienza a ponerle piedrotas en el camino para que tropiece! Yago (Carlos Corona) comienza a meterle malos pensamientos a Otelo; le dice que Desdémona le pone el cuerno con Casio. Otelo no da crédito. Y Yago, terco que sí; y consigue muestras palpables: el famoso pañito de Desdémona. A Otelo le da tanta rabia que el betún de la cara, a la altura del segundo acto, se le derritió. Pero ni falta hacía el betún porque a esas alturas yo estaba convencido de que no era Hernán Mendoza al que tenía enfrente, sino al mismísimo Otelo con sus negras intenciones. Así, pues, después de mesarse las mechas, encerrado en el infierno de sus celos y de las mamparas del escenario, el Moro urde la forma para solventar su fama que hiciera pedazos una mala mujer, según él. Y Desdémona, con argumentos suplicantes le dice a Otelo que eso es falso, que ella es una mujer honesta y sólo ama a él. También Emilia (Cecilia Suárez) quiere disuadirlo de esas ideas, pero lo único que gana es que le digan “puta, vete de aquí”. A Otelo ya no lo calienta ni el sol, porque “los celos son un monstruo” que lo han poseído y lo conducirán a su malévolo plan: Desdémona sucumbe ante el apretón de pescuezo que le da su furioso marido. La pobre paga una falta que nunca cometió. Y uno acaba emocionado y agradecido por el trabajo excelente de Cecilia, Ana y Hernán.
A cuatro siglos de distancia Otelo nos sigue provocando pavor y atracción; y no por la maldad que vemos en escena, sino por la maldad que proyectamos en ella. William Shakespeare, bien dijo Chesterton, nos describió a nosotros.

AMOR A LOS LIBROS

Hace un par de días mi amiga Yolanda me planteaba su gran congoja: no sabía qué hacer con unos libros que ya había leído, le estorbaban y no quería arrojarlos a la basura. "¿Los dono a una biblioteca?", preguntó. Le dije que esa no era la mejor opción, pues alguna vez conocí la bodega de una biblioteca con muchos libros apilados y en un estado que daban pena nomás de verlos. La bibliotecaria, de muy mal modo, me explicó que no tenían personal para que clasificara los volúmenes. "¿Se los regalo a Uriel para que los venda en su librería?", preguntó Yolanda. "¡Menos!, le dije, Uriel ya va a cerrar su librería." "¿Y qué va a hacer con tanto libro?" "Eso menos lo sé, Yola." Lo que son las cosas: hoy recibí un mensaje de Israel Pintor en el cual me incluye una convocatoria que mucho gusto le dará a Yolanda cuando la lea. Sus libros también se estremecerán de contento. Léanla, y digan si no.

FUNDACIÓN ISRAEL PINTOR PARA LIBROS DESAMPARADOS


Un libro tiene derecho a permanecer en un librero, a ser leído, a no estorbar y hacer polvo en los resquicios de una casa o las cajas del diván, a convivir con otros de su tipo, a no ser usado para nivelar una mesa o mantener abierta una puerta, a sentir cómo unas manos hojean sus páginas, a ser olfateado, a que su papel se ponga amarillito como señal inequívoca de la inquietante senectud y no sufrir el peligro de desintegración, a contener un separador, unas lágrimas, o tal vez los pétalos secos de una rosa marchita; por qué no: los tildes de un dedazo o las notas al margen de un lector. Merece también la oportunidad de ser firmado por su autor y presumido como un gran tesoro, así como recibir atención, cariñitos y mucho amor.
Un libro sueña con provocar la felicidad de sus lectores, desea con vehemencia traducir una inquietud en el más plañidero de los deseos insolutos, y a veces, sólo a veces, logra responder preguntas específicas, aunque tenga claro que no fue creado para eso. Un libro ignorado, tal vez el mismo que ahora lo mira arrumbado desde el suelo o aquél revuelto en el cajón de la mesita de noche, anhela una vida mejor.
La Fundación Israel Pintor para libros desamparados, preocupada por el mejoramiento de las circunstancias de todo libro, anuncia la apertura de sus puertas y el recibimiento inmediato de todo candidato que cubra los siguientes requisitos:
· Ser libro.
· Estar en desamparo.
Esta fundación está consciente del grave peligro al que están expuestos los libros: sabemos de mutilaciones, rasgaduras, uso de páginas como instrumentos de emergencia para la de higiene personal o merma para recados y todo tipo de monstruosas ejecuciones. Por eso, da cabida a TODO tipo de libro olvidado, sin importar tema, tamaño, color, editorial, autor o cualquier otra distinción. La fundación pretende utilizar esta política antidiscriminación como estandarte para impulsar el activismo cultural “pro libros sanos” y, refrendar de esta manera, su compromiso con todos los libros del mundo en condiciones terribles.
Para responder a esta convocatoria, todo dueño de un libro en desamparo habrá de remitir un correo electrónico a la siguiente dirección: free_isra@yahoo.com.mx, dirigido al director de la fundación (Israel Pintor, por supuesto), delineando apenas en un renglón, el motivo de su deseo por relegar la custodia de su o sus libros a esta institución de beneficencia.http://israelpintor.wordpress.com/fundacion-israel-pintor-para-libros-desamparados/