Lo que me mueve.



"Lo que me mueve a escribir, y lo que me movió a escribir en un lejano día de mil novecientos veintitantos, es el placer de las historias. Es algo que va más allá de la técnica; es algo que tenemos en común con los muchachos que entraban en los cafés de El Cairo y contaban las historias que hoy llamamos Las mil y una noches. Somos narradores, hay mucha gente que lo es y para esa gente hay otra que está deseando que le narren historias." Adolfo Bioy Casares.

Una historia por escribir.

(Malena Steiner y Gil Herrera)
1.    Me ha invitado Gabriel Brito a participar en una mesa, dentro de las Jornadas Alarconianas, cuyo título es “El Teatro en Guerrero, una historia por escribir.” No sé por dónde comenzar mi texto, mucho menos cómo acabarlo. El término historia me remite al tiempo pasado. Me remite a la crónica del Teatro, en Guerreo. Su historia debe  ser corta; acaso existe desde hace cincuenta años. No dispongo de tiempo ni de ganas para hurgar en archivos o bibliotecas con el propósito de extraer datos de personajes o agrupaciones teatrales que hubo en el Estado. Se me ocurren diversas pequeñas estampas, crónicas sobre mi experiencia, sobre mis amigos;  ellos son el testimonio que conozco. Hablaré brevemente de mi inicio en el teatro, que también es el inicio de mi amistad con Malena Steiner y Enrique Caballero. Una amistad que ha afianzado el teatro.
2.    En la Semana Santa de 2011, unos amigos de Tierra Colorada y yo realizamos una cena para nuestro maestro de primaria: Rafael Pastrana. Aproveché esa reunión para agradecerle a mi maestro un montaje que él dirigió en 1969 y lo representó en  el patio de la escuela Revolución Social, en Tierra Colorada, Guerrero. La anécdota de la obra aún la recuerdo: Pancho, un joven campesino, ama a su novia; pero por motivos de trabajo se va al Norte a trabajar y la novia se queda en el pueblo. Él le envía cartas de amor, y ella llora. Al final se reencuentran los amantes y viven felices al son de “Adiós mi chaparrita, no llores por tu Pancho, que si se va del Rancho, muy pronto volverá.” Si no recuerdo mal la obra se llamaba “Adiós mi Chaparrita.” El montaje escolar me impresionó porque los chamacos actores, del 6º A, simulaban ante la vista de todos, amarse, discutir, reunirse con júbilo después de una ausencia dolorosa. Un par de meses después, mi hermana Nancy puso en mis manos un libro. El título era: “Teatro rural”. Ella dijo: “De aquí sacaron la obra.” Aún conservo el ejemplar.
3.    Hay un recado de Enrique Caballero en la contestadora. No me dice qué quiere. De seguro está como yo. No sabe cómo redactar su texto que leerá en Las Jornadas. Hablaré de Enrique. Lo conocí en un viaje que hice a Acapulco a inicio de los 90. Me lo presentó Luis Zapata. Luis me dijo que Enrique era actor; estuvo en Abolición de la propiedad, de José Agustín, en el teatro La Gruta. Luis lo tenía contemplado como actor para la película Melodrama, Enrique iba a hacer el papel de detective que la señora Marga contrata para espiar las andanzas de su hijo. Después de la temporada de Abolición de la propiedad, Enrique regresó a su tierra: Acapulco. Abrió un restaurant en plena Costera. Cada vez que yo iba a Acapulco pasaba al restaurant a saludarlo. Él, generoso (acaso es el adjetivo que mejor lo describe), me invitaba a comer y a pasear. Gracias a él, conocí el pequeño ambiente teatral del Puerto.
4.    En un verano de 1995 que visité Acapulco, me agarró un tormentón que me impidió salir de mi cuarto de hotel. Me puse a escribir una obra de teatro breve, de dos personajes. La acción se desarrollaba en un cuarto de hotel. La escribí en un tirón. Mi entusiasmo fue tan grande que, a pesar de que la lluvia no escampaba, salí del hotel y me dirigí al edificio Oviedo donde se encontraba el depa de Enrique. Le dije: “Quiero leerte esto.” Al terminar la lectura, dijo: “Me gusta. Hay que montarla.” Le dije: “Y tu la actúas.” “Pero tú la diriges”, dijo. “Hecho.” Así nació la idea de montar Me duele que te vayas.
5.    A Malena Steiner la conocí en una cena, en casa de Ceci Gómez. Y la verdad, me cayó gorda. Todo por una tontería. Me preguntó, después de un rico pollo a las brazas: “¿De dónde eres, José?” Le contesté: “De Tierra Colorada.” Y ella, chupándose un diente, comentó: “Ah, claro, Tierra Colorada, en la región de la Tierra Caliente.” Le aclaré que mi pueblo no se encontraba en la región de la Tierra Caliente sino que se le consideraba parte de la Costa. Y ella terca que mi pueblo estaba en Tierra Caliente, que de allí era su amiga fulana. Y yo insistía, tratando de que se diera cuenta de su error geográfico, que mi pueblo ya formaba parte de la Costa. Incluso le canté “Tierra Colorada”, el verso de: “Baila costeñita sin perder el compás de este son.” Y fue por de más. Ella jamás reconoció su error. Con los años me daría cuenta de que la terquedad es un rasgo característico de Malena y de todos los que comparten su signo zodiacal: Tauro.
6.    Suena el teléfono: Es Enrique Caballero.
Enrique: ¿Aló?
José: Hola, Enrique.
Enrique: Te llamé hace un rato para saber cómo vas con tu texto.
José: Vengo llegando. Lo he estado redactando en estos días. ¿Tú cómo vas?
ENRIQUE: No sé cómo escribirlo.
JOSÉ: ¿Por qué no empiezas hablando de tu infancia?
ENRIQUE suelta la carcajada.
JOSÉ: ¿Por qué te ríes? ¿Te suena muy ingenuo? A mí me parecería interesante que hablaras del Teatro Tayita, aquel teatro itinerante que llegaba a Acapulco en los años sesenta; y describe a la propietaria y primera actriz: Blanquita Morones. De alguna manera ella te sembró la semilla como espectador y actor. Yo hablaré de la vez que vi por primera vez una representación teatral, en la Primaria.
ENRIQUE: Lo que escribí es una escaleta y es todo lo que pienso hacer. No soy ensayista para darle vuelo a la pluma. Lo diré de mi ronco pecho. Yo soy un actor, no soy escritor. No sé para qué me invitan a estas cosas. También te llamo porque quiero compartirte una historia que escuché hoy y pienso que te pueda interesar para escribir una obra. En el edificio donde vive Sebastián acaban de correr a unos inquilinos morosos; echaron a la calle al chavo, su hermana, el papá y la mamá. El padre y la madre acababan de llegar de  Estados Unidos; ya sabes, querían su sueño americano, en Atlanta; el hijo y la hija los dejaron con una pariente. Después de vivir 5 años en territorio gringo, a la pareja los agarró la migra. Regresaron a Acapulco, se reunieron con sus hijos y se fueron a vivir al edificio de Sebastián. Y aquí viene la parte triste. La mamá ahora es adicta a la coca. Nomás a eso fue a Estados Unidos, a pescar una adicción que le impidió trabajar en el Puerto y a relacionarse como debe de ser con los hijos. La señora, cuando no tenía la droga, se ponía mal y se azotaba contra las paredes. Los vecinos se quejaron con el dueño del edificio, y los echaron. Pero lo que yo quiero que destaques, José, es el error en el que vive la gente; confunde el bienestar con la obtención del dinero. La cosa no es así. El dinero no es la felicidad. Hay otras formas de estar bien y ser felices. ¿No te parece que se podría escribir un texto sobre esto? (PAUSA) ¿Estás allí, o ya estás en el Facebook? Oigo que estás tecleando. ¿Bueno?
JOSÉ: Te estoy escuchando, Enrique. Me parece una buena historia, pero no sé dónde meterla.
ENRIQUE: Pues yo nomás te la cuento. Ahí tú verás para que la usas. ¿Hablarás de Una mujer de tantas?
JOSÉ: No. Sólo de Hotel Pacífico. Quizás de Luna en Piscis y Pacífico Violento.
ENRIQUE: ¿Y por que no hablar de Una mujer de tantas? Por esa obra vamos a Taxco. ¡Ay, José!
7.    Enrique, Daniel Figueroa y yo comenzamos a montar Me duele que te vayas, a mediados de septiembre de 1995. En ese año, yo daba clases en una Secundaria de Pantitlán, en el D. F. Y cada viernes por la tarde, agarraba mi camión con destino a Acapulco. Ensayábamos el viernes por la noche, el sábado por la tarde, y el domingo a medio día, y ese mismo domingo yo regresaba a la ciudad de México. Para mediados de octubre, la obra ya estaba montada; pero tenía la duración de veinticinco minutos. Expresé la necesidad de escribir otro texto para que fuera un espectáculo más extenso. Enrique dijo que considerara a Malena Steiner. “¿Quéééé? ¿La señora con la que discutí en casa de Ceci Gómez?”, le pregunté. Enrique comentó que La Steiner era terca de nacimiento, pero buena actriz. Además se comprometía con el teatro como ninguno. Torcí la boca, y me puse a escribir “Bye, Bye Acapulco”. Malena hizo el papel de Olga Cuspineyra y Raúl Soto interpretó a Bobby, hijo de Olga. La anécdota es muy sencilla. Olga y su hijo se autosecuestran a fin de sacarle lana al marido. Este díptico teatral, conformado por Me duele que te vayas y Bye, bye Acapulco lo titulé Hotel Pacífico, y abrimos telón en el teatro Domingo Soler, el 18 de diciembre de 1995.
8.    Suena el teléfono. Levanto la bocina. Es Malena Steiner. Dos horas estuvimos pegados en el teléfono. Me pide de favor que le busque unos guantes porque los que usaba para su personaje de Amanda, en Una mujer de tantas, misteriosamente desaparecieron. Cuando Malena llegó a su casa, después de la última función en el teatro, La Fortaleza, en Acapulco, los guantes blancos ya no estaban. Vació su bolso, llamó a sus compañeros del montaje y nadie le dio pistas de ellos. Ha buscado en todas las tiendas de Acapulco y no encuentra de su tamaño. Me pide que se los compre en el D.F. Le pregunto que qué número es. No lo recuerda; me dice que los busque a mi medida. Dice que esa obra la va a dejar loca; son muchos los cambios de vestuario, mucha la utilería y no tiene asistente. Le digo que no se preocupe por los guantes ni por la utilería, lo importante es su trabajo actoral. La Steiner, en el papel de Amanda, está espléndida.
9.    En mi sueño de anoche me veo en una fiesta. Estoy en casa de Palola. Me despido de ella y otros amigos. Me dirijo hacia la salida. De pronto, tengo una sensación húmeda y cálida en la mano derecha. Miro hacia abajo y veo un perro que me muerde la mano. El perro no me hiere; sólo me jala para que yo regrese a la reunión. Cuando me reúno con Palola, le digo que el can no quiere que abandone la fiesta. Ella ríe y me entrega una copa. El perro suelta mi mano y le doy palmaditas en la cabeza. Despierto, y al punto me acuerdo del perro del Arcano La Luna, del Tarot. La Luna es la carta de la noche, la locura, la creatividad.
10.  Con Hotel Pacífico develamos una placa de las cincuenta representaciones en Acapulco, a finales de la primavera de 1996. En ese año ganamos el Primer Lugar en un Encuentro Estatal de Teatro que se realizó en Chilpancingo. Fue así que participamos en el Encuentro Regional de teatro, en Pachuca, Hidalgo. Y nos presentamos en las Jornadas Alarconianas de ese mismo año del 96. Y fue en Taxco donde dimos una de las últimas funciones de Hotel Pacífico y prometimos no volver a trabajar juntos porque nos hartamos unos de los otros. Algunos lo expresaron con aspavientos y malas palabras. Malena se la pasó llorando en su cuarto de hotel. Pero el teatro es una droga. Volvimos a reacaer. Malena, Enrique y yo realizamos Luna en Piscis, en 1997, una obra escrita y dirigida por mí. Enrique hacía el papel de Josafat, un vendedor de biblias; y Malena, el de Caguama Strong, una luchadora amateur. Y volvimos a trabajar en otra más: El Oso, un texto de Chéjov, que adapté al México de finales del siglo XIX. Fueron montajes que disfrutamos mucho. El Oso lo estrenamos en la Universidad Americana de Acapulco, en 2001. La pequeña temporada nos agotó. Malena y Enrique se dijeron a gritos que jamás trabajarían juntos. Yo también acabé hartito.
11.  No encuentro los guantes de Malena. He preguntado en todas las tiendas de Novias y XV años y me dicen que no hay guantes para mí. Me dicen que mis manos son del número nueve. Los que me muestran son pequeños: del 5 o 6. Pronto me iré a Taxco y no acabo todavía mi texto. No hablaré de Una Mujer de tantas, como me pidió Enrique, obra en la que él participa realizando dos personajes: Jimmy Capellini y El Payaso Viridindo. Gracias a Una mujer…, dirigida por Héctor Mújica, regresaremos a Taxco, a las XXIV Jornadas Alarconianas. Enrique, Malena y yo nos volveremos a reunir. Habíamos gritado a los cuatro viento que no trabajaríamos juntos. Pero el teatro, como el can de mi sueño, es el que nos jala de la mano para que nos reunamos en el escenario. El teatro es nuestro sueño realizado, nuestro mal y Bienestar, nuestra droga con pequeños daños colaterales que apenas alcanzan el rango de berrinche. Nuestra fiesta de tres que involucra a veces a treinta persona, a veces trescientas; pero con el deseo de que lleguen a trescientos millones los que dancemos con silbatos, máscaras y cerbatanas.
(Texto leído en las XXIV Jornadas Alarconianas, junio, 2011, en Taxco, Gro.)
 (Enrique Caballero y Patty Monroy)