Después de comprar mi boleto en el teatro El Milagro, salí a la calle para hacer tiempo pues aún faltaban veinte minutos para que iniciara la función de Trabajando un día particular, un espectáculo de Laura Almela y Daniel Giménez Cacho, basado en la película Una giornata particolare, de Ettore Scola.
Miraba al fondo de la calle Milán cuando vi a lo lejos a Eloy Hernández, un dramaturgo que conocí en el Face. Nos reconocimos y nos saludamos. Me dijo que desde tiempo atrás quería ver la obra, pero siempre encontraba las localidades agotadas. Agarramos una plática sabrosa y en esa estábamos cuando vi que Giménez Cacho y Laura Almela también se encontraban de alta chacota afuera del teatro y eran casi las ocho y media. Así que le dije a Eloy: “¿Habrase visto? La obra está a punto de comenzar y los actores están departiendo con sus amistades.” “Así son ellos”, dijo Eloy. Entonces el público comenzó a ascender las escaleras hacia la sala. Entre la bola vi a Laura y Daniel que subían también muy quitados de la pena. Yo me acomodé en mi asiento, trepado en la última fila. Una señora rubia de cachetes hinchados me dijo que le daban vértigo los lugares que nos habían asignado y temía que de una machincuepa nos fuéramos al vacío que teníamos a nuestras espaldas. No pelé mucho a lo que la mujer me decía porque mi atención ya estaba en los dos actores que se encontraban en la escena y ante la vista de todos se mudaron de ropa y con un gis blanco dibujaron una ventana en la pared negra del fondo, así como un cuadro en la pared de la izquierda. Como Laura notó que el público guardó silencio, lo exhortó a que continuara platicando, que no había pedo; también le pidió a un señor que siguiera dándole buches a su coca cola. Mi vecina cachetona se quiso mudar hacia la fila de enfrente, pero un chavo le dijo que ése era su asiento y la pobre tuvo que regresar a mi lado con el pavor de irse al vacío de una cabriola.
La obra se ubica en la época de la Italia fascista. Adolfo Hitler visita Roma y todo el pueblo acude a recibirlo. Antonietta y Gabriel, los protagonistas de esta obra, quedan solos en el edificio en el que viven, pues todo el vecindario se ha lanzado a las calles para recibir al Fürher. Ella es ama de casa y él es un soltero maduro y disidente político. Los dos se conocen gracias a que el pajarillo de Antonietta escapa y se posa en la ventana de Gabriel. Ella se traslada al departamento de Gabriel, se presenta, rescata su ave y comienza una relación que tendrá la misma duración del desfile. A lo largo de este lapso, los dos personajes hablarán de sí; él es un hombre culto y estaba a punto de suicidarse cuando apareció Antonieta. La razón del suicidio la asume como protesta contra el régimen social que lo margina. La sociedad sólo brinda oportunidades y amparo a los hombres (entiéndase heterosexuales), casados y soldados. Y él no es soldado ni heterosexual, sino joto. Y por “inútil, derrotista y con tendencias depravadas” lo han echado del trabajo. Antonietta es una mujer casada, con seis hijos y pronto quiere tener otro más para que el gobierno de Mussolini le dé su pensión por ser una madre fértil y ejemplar. Ella, evidentemente, es una mujer desgraciada, con una carga enorme de trabajo que le impide descansar y entablar relaciones que no tengan que ver con la friega doméstica. Por primera vez, ante Gabriel, se siente tomada en cuenta. Sin haberlo pensado, llega un momento en que los dos se han desnudado, no sólo psicológicamente, sino físicamente. Los dos se aproximan, se despojan de ropas, y cogen. Mientras tanto, los altoparlantes montados en varios sitios de la ciudad emiten la crónica de la llegada de Hitler.
Cuando terminó la obra de teatro, Giménez Cacho dijo que se abriría una sesión de preguntas, pues así lo había solicitado el público, la mayoría eran jóvenes de no sé qué colegio. Yo me puse de pie, y desde lejos, le dije a Eloy que me retiraba. Nos dijimos chau, y me salí del teatro. No había llegado ni a la esquina cuando escuché la voz de Eloy que me llamaba. Me paré, se reunió conmigo y caminamos con dirección a la colonia Roma. Le pregunté su opinión sobre la obra. El levantó los hombros, sonrió, y dijo: “Puess… Daniel y Laura son buenos actores. Tienen muchas tablas.” Estuve de acuerdo con él. Da gusto ver a ambos a actores en escena; su sola presencia fascina; los dos pueblan un escenario desnudo, literalmente: con gis en mano, dibujan ventanas, lámpara, jaula, teléfono sobre los muros negros. “A la manera de Dogville, la película de Lars Von Trier”, dijo Eloy. Yo asentí para hacerme el muy cinéfilo, pero lo cierto es que no conozco esa peli. Laura y Daniel tienen la facultad de romper la cuarta pared: como cuando sonó un celular y Laura se dirigió al espectador para exigirle, sólo con la mirada, que lo apagase. El público soltó la risa. Luego la actriz le pediría a Daniel que le diera el pie para retomar su parlamento. O cuando Antonieta quiso clavar el clavo del tendedero y no lo conseguía, entonces Laura gritó: “¡Danieeeeel, ayúdameeeeee!” Y Daniel acudió presto a clavar el clavo, mientras Laura se dirigía al público para pedir calma, que esto les pasaba constantemente. Tales interrupciones a lo largo de la obra hacían tomar con frialdad y distanciamiento un momento doloroso de la historia de Italia y del mundo entero: el fascismo. La angustia, la soledad, el desamparo de Antonieta y Gabriel poco o nada valen ante la puesta de Giménez Cacho y Laura Almela. Asimismo, el amor, la confianza y solidaridad que descubren entre sí los personajes marginales, no consiguen expresarse debido al distanciamiento brechtiano, que le llaman.
Mi empatía como espectador la entablé con la forma y los actores; mas nunca con el contenido y los personajes.
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