NOTAS PARA UNA AUTOBIOGRAFÍA

Habré tenido seis años de edad cuando mi papá me cayó muy gordo. Me cayó de veras mal desde la vez que me llevó al río El Camarón, aquél que baja pegado a la carretera a Acapulco y desemboca justo en el puente del río Papagayo. A mi papá lo habían invitado sus amigos Don Proto, Don Martín y don Amando, quienes también llevaron sus respectivos hijos: Benito, Jandolín y Mando. Allí jugué con mis amigos en lo bajito mientras nuestros padres hacían competencias de natación. Más tarde no sé a quién se le ocurrió pasar al otro lado del río. Así que cada papá echó sobre sus hombros a sus hijos para cruzarlo, a nado, a la otra orilla. Todos pasaron a sus hijos, menos mi papá. Él cruzó sin mí, y yo me quedé como menso, viendo cómo se alejaban; ya desde la otra orilla mis amiguitos me miraron y se cuchicheaban cosas que les causaba risa. Yo me sentí de la patada y, obviamente, muy enojado con mi papá, pero no se lo expresé. ¿Por qué no me llevó con él, tal como lo hicieron los otros señores con sus hijos? Nunca lo supe. Eso me molestó mucho. Ya en la camioneta, de regreso a casa, no le dirigí la palabra; pero él ni siquiera percibió mi enfado.
Fue entonces que se me ocurrió la idea de adoptar un nuevo padre. ¿Pero quién iba a ser? Los padres de mis amigos no tenían el perfil que yo deseaba. Don Amando me parecía demasiado barrigón; don Proto manaba un olorcillo a cuaxcli; don Martín era demasiado estricto y traía a punta de regaños a su hijo Jandolín. Pero muy pronto encontré al adecuado. Lo conocí una tarde en el cine Rosalinda, en la película Tarzán y su hijo. La vez que vi a Johnny Weissmuller en su taparrabos, me dije: ¨¡Claro! ¡Él será mi papá!” Era justo como yo lo quería: guapo, valiente, buena gente, nadador y, sobre todo, derrochaba cariño por montones a su hijo Boy. Salí del cine feliz por mi hallazgo. A partir de entonces, me entregaba a ensoñaciones en las que Tarzán era mi papá y yo era Boy; me enseñaba a montar elefantes, trepar los árboles, nadar en las pozas de La Pinta y La Tunca.
Mi padre real seguía portándose mal como él solo; es decir, me castigaba si no hacía las tareas escolares, si no trabajaba en la tienda, si pasaba todo el tiempo jugando con mis amigos en la calle, etc. ¡Qué afán de hacerle la vida difícil a un niño, caray! Naturalmente, yo me enojaba; y sentía lástima por él. Pensaba: “Pobre. Si supiera que no es mi verdadero padre, sino Tarzán.” Pero pronto me enfadó Tarzán y lo sustituí por David Silva en el papel de Huracán Ramírez quien, además de pelear contra los malosos, amaba sobre todas las cosas a su hijo Pepito y Titina Romay . Ahora me daba por soñar que él llegaba a Palma Gorda y me defendía cuando mi papá me regañaba por faltas sonsas que yo cometía en casa. Después de azotarlo al piso, y hacerle una llave que lo dejaba como garabato, Huracán Ramírez le decía a mi papá que nunca más me castigara o habría de  vivir con los huesos rotos por el resto de sus días, “¡y recuerda esto, canalla, yo soy el verdadero padre de José!”, le decía Huracán Ramírez a mi papá. Y como soñar está a un pasito de ser cierto, mi sueño pronto se hizo realidad. ¡Huracán Ramírez (David Silva) llegó a Palma Gorda! ¡Sí! Lo llevó la caravana artística de la cervecería Corona junto con cantantes y cómicos famosos del cine y la televisión. Recuerdo que los artistas, uno a uno, se presentaron en el salón del H. Ayuntamiento de Palma Gorda, y cuando le tocó el turno a David Silva, todo el público enloqueció. Le gritaban: “¡Viva Huracán Ramírez! ¡Viva!” Y él sonría, al principio, amablemente; pero su gesto dulce pronto cambió a grave porque tanta bulla le impedía iniciar su show. Así que intervino el conductor y pidió enérgico que guardáramos silencio o el señor Silva se iba a tener que retirar. Y sí, ya bajo amenaza, cerramos la boca y David Silva abrió la suya para recitar el poema “Mitad tú, mitad yo.”
***
A Manuel López Ochoa ya lo había visto en varias películas de melodramas rancheros; me parecía guapito y hasta allí. Pero cuando vi la película Seguiré tus pasos, decidí abandonar a David Silva y adoptar a López Ochoa como papá. En esta peli, el actor es el padre de Juliancito Bravo; y lo matan en el minuto cinco de un balazo en la panza. Juliancito y yo lloramos mucho su muerte; nos parecía injusto que un hombre tan bueno, simpático y amoroso hubiera acabado de manera tan cruel.  En el minuto quince Juliancito supera el duelo gracias a los cuidados que le brinda el sacerdote José Mojica, quien lo recoge para hacerse cargo de él. Yo no me recuperé tan pronto como Juliancito. Durante toda la película me la pasé suspirando cada vez que me acordaba de López Ochoa. Murió en la peli, pero decidí resucitarlo en mi imaginación: lo volví mi papá. Desde entonces no me perdía una peli de él. Recuerdo que odié sobremanera a Susana Alexander en Chucho El Roto, pues despreciaba a mi padre por ser pobre y, por si fuera poco, obstaculizaba el romance que mantenía con Blanca Sánchez.
Cuando dejé la infancia también dejé todas esas invenciones que hice con los actores de cine. No volví a adoptar a ningún padre. Sin embargo, hace un par de semanas, un taxista me platicaba que en sus años de juventud había sido gran amigo de Manuel López Ochoa. “¡No me diga!”, le dije. Contó que los dos asistían al mismo gimnasio; los dos jugaban golf, y realizaron un par de viajes a provincia. Incluso los hijos de ambos tomaban clases en la misma escuela. Dijo el taxista: “Y no crea que él era chocante, no; sino todo lo contrario: muy buen amigo, sencillo y cantador. Porque él era cantante. ¿Sabía usted que cantaba muy bien?”
Pero llegué a mi destino; ya no me dio tiempo de decirle que sabía eso y muchas cosas más. ¡Y cómo no iba a saberlas si López Ochoa fue mi papá!

2 comentarios:

Paulino Partida dijo...

Adopatar de papá a Yani Vaizmiula...jajajjajajajajajaja...¿así o más definitivo?...¡super!

Jerry dijo...

Este texto en particular me agrado mucho. Ya de por sí leer a Dimayuga, es algo que se vuelve ameno y halagador, Pero en este texto como en muchos otros, me lleva de la mano a mi infancia y me trae de vuelta. En lo personal no tengo padre, pero con este texto, como si lo hubiese tenido toda la vida.