Por José Dimayuga
A veces dejo al azar que escoja el libro que habré de
leer. La cosa es muy sencilla: meto la mano en cualquier pila de libros que se
levanta en mi biblioteca personal, y el que extraiga, así sin ver, es el que
leeré. De esta manera, la suerte puso en mis manos La clase, de Hermann Ungar.
¿Cuándo y dónde
adquirí este ejemplar? No lo recuerdo. Quizá lo compré en la década de los 90,
pues el colofón dice que se editó en 1991. Su costo fue de $ 20.00, así lo
indica la etiqueta de El Parnaso, librería que se ubicaba en Coyoacán, D. F.
Otra razón por la que compré el libro se debió quizás a la sinopsis que aparece
en la misma cuarta de forros. Allí aparece la descripción somera del
protagonista que al leerla, seguramente, me sentí retratado:
“La clase relata la historia del profesor
de escuela Josef Blau, de débil constitución física y escasa fuerza de
voluntad, que respeta al máximo el orden establecido y aspira a imponer a sus
alumnos esa férrea disciplina…”
Después de leer
la novela, me parece que la expresión “escasa voluntad” es un eufemismo de
“neuroticazo de primera” o de “loquillo de atar”, pues el tal Josef Blau se
conduce con la certeza de que todos lo odian, todos le procuran el mal. Está
convencido de que nadie lo ama; ni sus colegas profesores de la escuela donde
presta sus servicios como enseñante, ni sus alumnos que lo espían y cuchichean
a sus espaldas, ni su guapa esposa, Selma, quien, según la imaginación enferma
de Josef, le pone el cuerno con el maestro Leopoldo. Y Selma se rapa, se vuelve
calva para probarle al marido el profundo amor que siente nomás por él. ¡Jah!
Así contado produce risa, pero la novela lo menos que tiene es sentido del humor.
En los ambientes predominan los oscuros y grises, como en algunas novelas de
Dostoievski con todo y personajes enfermos y de bajísimos recursos económicos.
Y ahora que escribo esto, me viene a la cabeza el relato “El licenciado
vidriera”, de Cervantes, cuyo protagonista evita toparse a sus vecinos pues
teme que el mínimo contacto lo quiebre como si de un vidrio se tratase. La
chaladez del licenciado vidriera me mueve a compasión y ternura; y el profesor
Blau, a fastidio. Todos sus temores de “hombre moderno” me daban coraje. Tal
vez si hubiera leído el libro en la década que lo compré mi reacción hubiera
sido de solidaridad puesto que entonces yo también daba clases a adolescentes y
sufrí constantes ataques de pánico. No obstante he de aclarar que La clase me entretuvo. La novela se lee
rápido, gracias a su prosa de frases cortas que le dan un ritmo frenético, como
las pulsaciones de quien tiene un ataque de ansiedad.
Hermann Ungar sólo escribió dos novelas: Los mutilados (1923) y La clase (1927). Nació en Moravia, en
1893; y murió en Checoslovaquia, en 1929, después de abandonar su trabajo
debido a la hipocondría.
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