UNA MUJER DE TANTAS

PERSONAJES

NAPOLEÓN, hombre de veintiocho años.
AMANDA, madre de Napoleón, de cuarenta y cinco años.
BLANCA ESTELA GARRIDO, de veintiséis años.
ALEJANDRO MONTIEL
PAYASO VIEJO
RITA VARGAS
JIMMY CAPELLINI, gángster.
ESPÍRITU CREADOR*


*Los personajes de Alejandro Montiel, Payaso Viejo, Rita Vargas, Jimmy Capellini, Espíritu Creador y la Voz en Off pueden ser interpretados por el mismo actor.

(Fragmento)

ESCENA OCTAVA

Un hombre vestido de traje blanco y con zapatos de charol se desplaza de un lado a otro de su despacho con teléfono en mano. Su nombre es Jimmy Capellini.

JIMMY (al teléfono): ¿Qué estás diciendo, inútil?... ¿Que no quiere subir? Yo no les dije que le pidieran su opinión. Les ordené que la subieran a mi despacho a como diera lugar… (Remedando a su interlocutor) Sí, mi jefe. ¡Bola de incapaces! Si pone resistencia, tráiganla arrastrando de los cabellos. ¡Quiero hablar con ella antes de que este lugar se vaya a pique!... (Cuelga.)

VOZ EN OFF: Jimmy Capellini, de un estuche de plata, extrajo un grueso habano y lo encendió. Después de mirar su reloj, se puso a caminar de un lado a otro del despacho como hiena enjaulada. Miró con atención una foto que colgaba de la pared: era la fachada del Cañaveralia rodeada de exuberante vegetación tropical.

JIMMY: ¿Será posible que esté presenciando la decadencia de este Centro?... ¡No, no! ¡Jamás! ¡Jamás! (Tocan a la puerta) ¡Adelante!

VOZ MASCULINA (desde el otro lado de la puerta): ¡Aquí la tiene, mi jefe!

Una mano masculina empuja a BLANCA ESTELA hacia el interior del despacho. Ella avanza trastabillando y cae de bruces ante los pies de JIMMY. BLANCA ESTELA viene vestida de rumbera.

JIMMY: ¿Y eso allí tirado, es el ayer famoso Vendaval Mexicano?

BLANCA ESTELA: Esta no es forma de tratar a una dama, Jimmy.

JIMMY: ¿Dama, tú?

BLANCA ESTELA: Tus hombres irrumpieron en la pista mientras bailaba para mi público. Me sacaron a empujones y me hicieron subir aquí de manera salvaje. ¡Exijo que los reprendas! Que no lo vuelvan a repetir.

JIMMY: No repetirán la misma acción, siempre y cuando tú te retires del baile.

BLANCA ESTELA: ¿Qué dices, Jimmy? (Se pone de pie).

JIMMY: Tu presencia en el escenario se volvió patética.

BLANCA ESTELA: ¿Oí bien? Jimmy, tú sabes que ese tipo de bromas nunca me han causado gracia.

VOZ EN OFF: Jimmy cogió a Blanca Estela del brazo y la condujo hacia un espejo que pendía de la pared.

JIMMY: Dime, ¿qué tú ves allí?

BLANCA ESTELA: Un hombre y una mujer.

JIMMY: ¡Describe a la mujer!

BLANCA ESTELA: Jimmy… No puedo.

JIMMY: ¿Prefieres que lo haga yo?... De acuerdo. Ella es/

BLANCA ESTELA: No, Jimmy, no. Por lo que más quieras.

JIMMY: ¡Blanca Estela, describe a esa mujer que tenemos enfrente o haré traer a la policía y confesaré tus/

BLANCA ESTELA: Ella es de veintiséis años, pero parece de cuarenta…

JIMMY: ¿Ajá?

BLANCA ESTELA: Un poco…

JIMMY: Vieja.

BLANCA ESTELA: Madura. Sin embargo, atractiva.

JIMMY: Eso es lo que tú piensas. Continúa, nena.

BLANCA ESTELA: De carnes protuberantes.

JIMMY: Gorda.

BLANCA ESTELA: Rolliza. Tal y como a los señores les gusta.

JIMMY: Y ciega, te falta decir.

BLANCA ESTELA: ¡Todas las rumberas son rollizas, Jimmy! Por si lo dudas, están exhibiendo una película de mi país, aquí en el Roxy, en la que sale/

JIMMY (impaciente): Tú no eres rolliza ni de edad madura, sino una gorda y vieja a la que mejor le iría si trabajara en un parque de diversiones.

BLANCA ESTELA: ¿A dónde quieres llegar, Jimmy?

JIMMY: Esa pregunta me toca hacértela a ti: ¿a dónde pretendes llegar, mi querido Vendaval Mexicano? Hasta ahorita, al menos, has conseguido que el cincuenta por ciento de la clientela se haya mudado al cabaret de enfrente. ¡Oye, tú me estás jodiendo!

BLANCA ESTELA: Ahora comprendo. Estás resuelto a echarme del Cañaveralia.

JIMMY: Eso nunca, mamita. No soy tan malo como supones. (Tomando una charola con cigarros, chicles y cerillos) El Cañaveralia a nadie le negará empleo. (Coloca la cinta de la charola alrededor del cuello de BLANCA ESTELA.)

BLANCA ESTELA: ¡No puedes sobajarme de este modo, Jimmy Capellini! Este no fue el trato que acordamos cuando llegué a la isla. Compréndeme. ¡No salí de mi país para terminar como una cigarrera!

JIMMY: Ya hemos hablado lo suficiente. Ahora márchate.

JIMMY le da la espalda.

BLANCA ESTELA: ¡No me hagas eso, Jimmy!

LAS ÓRDENES DEL CORAZÓN

PERSONAJES
Ernesto
Perla
Ladrón
(Fragmento)
ESCENA II

PERLA ve la televisión; su malhumor cambia a una felicidad tímida cuando ve las imágenes en la pantalla. Luego, su expresión cambia por un llanto largo y silencioso. De pronto, entra por la ventana un ladrón, vestido de negro y con pasamontañas. Trae una pistola en la mano. Avanza con sigilo hacia PERLA y se para detrás de ELLA.

LADRON:
¡Esto es un asalto!
PERLA:
¡Hiiii!
LADRON:
¡No me regrese a ver!
PERLA:
N-no.
LADRON:
¡Póngase de pie!
PERLA:
Sí.
LADRON:
No, mejor siga sentada.
PERLA:
Sí.
LADRON:
No, mejor póngase de pie.
PERLA:
¡Oh, qué la canción!
LADRON:
No hable, guarde silencio. Avance hacia el comedor... sin regresarme a ver... y manténgase de espaldas a mí, ¿o key?...
PERLA:
O key.
LADRON:
¡Que no hable! No quiero un “sí” ni un “o key”... Manténgase así: callada y de espalda. Cualquier movimiento extraño podría costarle la vida. (Busca algo encima y debajo del sofá; luego, sobre y detrás de la televisión) ¿Dónde está el control remoto?

PERLA levanta los hombros.

LADRON:
¿Cómo que no sabe? No me vaya a salir con que su televisión no tiene control remoto porque eso también le puede costar muy caro. Por última vez: ¿dónde está su control remoto?

PERLA, apretando la boca, señala el baño.

LADRON:
Pues vaya por él, y cuidadito con que se me quiera escapar o gritar para pedir auxilio, ¿eh?

PERLA va al baño. El LADRON se dirige hacia la TV y oprime un botón; luego otro; después le da fuertes palmadas en uno de los costados. PERLA sale del baño y se para detrás del LADRON; le pone el control remoto en el hombro de aquel. Creyendo que se trata de un arma, el LADRON levanta las manos.

PERLA:
Es el control remoto.
LADRON:
Avíseme, caray.
PERLA:
Usted me ordenó que no hablara.
LADRON:
¿No le funciona el color a su televisión?
PERLA:
¿Entonces sí puedo hablar? Conste. El color le falla un poco; aunque la película de ahorita es en blanco y negro.
LADRON:
Meta la televisión en esta bolsa.
PERLA:
No me diga que se la va a llevar.
LADRON:
No me diga que no se ha dado cuenta de que soy un ladrón.
PERLA:
De plano, hoy me levanté con el pie izquierdo. Mire, no puede hacerme esto justamente hoy... Es que... ¿Sabe? Orita viene la escena que más me gusta... ¿Me permite verla y en cuanto termine la guardo en su costal?
LADRON:
¿Con quién cree que está hablando?
PERLA:
Se lo suplico. Déjeme verla para que, al menos, cuente con algo bueno el día de hoy.
LADRON (después de pensarlo un poco):
O key. Nomás no quiera chutarse toda la película porque no tengo su tiempo.

PERLA se sienta en el sofá y ve la televisión. Se escucha el número musical de canciones infantiles que Pedro Infante y Silvia Pinal interpretan en la película “El Inocente”. PERLA ríe de tanto en tanto. El LADRON sale por puerta de la cocina; luego, entra, molesto.

LADRON:
No la friegue, caray; no tiene ni siquiera un rábano en su refrigerador. Con razón está reflaca.
PERLA:
¡Ssshh!
LADRON:
Es que traigo un hambre de perro.
PERLA:
Guarde silencio sólo un minutito, por favor.
LADRON:
Chale, a poco no la ha visto. Esa se llama “El Inocente”, yo la tengo en video, si quiere se la presto.

El LADRON se sienta junto a PERLA.

LADRON:
Qué chula estaba la Pinal...

PERLA y EL LADRON terminan de ver el número musical. Los ojos de ella se le ven humedecidos; apaga la televisión.

PERLA (con voz entrecortada):
Ahora sí, ya puede llevársela.

PERLA coge la bolsa con el propósito de meter la televisión.

LADRON:
Me apena dejarla sin su televisión, pero... a mi abuelita se le descompuso la suya y, pues, usted sabe, están recaras. Si no le llevo una, se me deprime; está acostumbrada a ver su noticiero de la mañana. Ya ve cómo son las abuelitas, ¿no? Y mire lo que son las cosas: ahora la triste es usted.
PERLA:
Ay, no, ni se preocupe; ya tengo la cara así. Puede llevarse todo; es más, puede cargar hasta con la cama y el sofá si quiere. A mí lo que me hizo llorar fue... la película de Pedro Infante.
JOSEFINA:
Pero, ¿por qué?, si es la parte más chistosa.
PERLA:
No sé, fíjese que la he visto como cinco veces y justamente en esa parte cuando él canta borracho y feliz con Silvia Pinal, se me ruedan las lágrimas.
LADRON:
¿Por qué será?

PERLA levanta los hombros.

LADRON:
Será que usted es de lágrima fácil.
PERLA (riendo desganada):
No, pues sí. De lágrima fácil.
LADRON (refiriéndose al argumento de la película):
Creo que después de esa noche, los papás de ella los casan a güevo, ¿no?
PERLA:
Sí.
LADRON:
Y Pedro Infante se enoja porque ella lo desprecia. Él se llama Cruci; y ella, Mané.
PERLA:
Sí.
ERNESTO:
¿Ya ve que sí la conozco? Es que, ¿le digo una cosa? Tengo todas las películas de Pedro Infante.
PERLA (riendo):
No me diga.
LADRON:
Por mi abuelita, ¿sabe? Es refanática del Pedro Infante hasta la exageración. No me va a creer: el día en que Pedro cumple el año de muerto, ella y mi tío Bulmaro le rezan un rosario completo. De tanto ver sus películas hasta me sé de memoria sus canciones. ¿Quiere que le cante una?
PERLA (riendo):
Ay, no, tampoco.
LADRON:
Me da pena que no pueda ver completa la película, pero...
PERLA:
Ya le dije que la he visto cinco veces. Le advierto que la tele no funciona bien; así que cuando la imagen adquiera un anaranjado oscuro, con tres golpes fuertes que le dé en la parte de arriba, recupera inmediatamente sus colores.
LADRON:
Ay, ca..., a ver si no se me olvida.

EL LADRON iba a terminar de embolsar la TV cuando, sin fijarse, derriba una jícara con canicas que estaba sobre la mesita de centro. Las canicas ruedan por el piso.

LADRON:
¡Qué güey!
PERLA (arrodillándose en el piso):
Yo las levanto. Son de las damas chinas.
LADRON:
No me di cuenta, caray. Déjeme ayudarle. Oiga, ese juego de las damas chinas es de la prehistoria, ¿no?

PERLA enciende la luz. Recogen las canicas. De pronto, el LADRON observa con sorpresa a PERLA.

LADRON (con asombro):
Cucaracha.

PERLA se incorpora y se cubre el pecho con las manos.

PERLA (grave):
¿Cómo dijo?
LADRON:
No, nada.
PERLA:
¿Cómo que nada?
LADRON:
¿Cuándo?
PERLA:
Ahora. ¡Hace un ratito!
LADRON:
No me acuerdo.
PERLA:
¿Cómo que “no me acuerdo”? No se haga el inocente que a usted no le queda.
LADRON:
Bueno, sí. Dije: cucaracha. Oiga, pero no se enoje.
PERLA:
Usted sabe perfectamente por qué me alteró que me llamara así, ¿verdad?
LADRON:
No. Bueno, sí.
PERLA:
Así me apodaban cuando estudiaba en la secundaria; por el lunar que tengo en el pecho.
LADRON:
Yo lo sé.
PERLA:
¿Y por qué lo sabe?... ¿Quién es usted?
LADRON:
Un ratero.
PERLA:
¡Por supuesto que es un ratero! ¿Pero quién se esconde detrás de esa máscara y desde cuándo me está espiando?
LADRON:
Desde nunca. Por pura casualidad entré aquí y por pura casualidad me encontré con usted. Soy amante de lo ajeno y como tal déjeme actuar. (Echándose el costal al hombro) Así que compermiso.
PERLA:
Usted no sale de aquí hasta que no me diga quién es.
LADRON:
Soy un ladrón y punto.
PERLA:
Pero cómo se llama, quién es, porque estoy segura de que usted me conoce.
LADRON:
Regla número uno, señora: un ladrón jamás debe revelar su identidad. De hacerlo, sería como traicionarse a sí mismo y al gremio entero.
PERLA:
Ese argumento chafa ahorita no vale. (Se lleva la mano a la frente y respira profundo: trata de calmarse. Le quita la bolsa al LADRON) Deje a un lado esto; sentémonos, y escuche lo que le propongo: Podrá llevarse todo, todito lo que quiera de esta casa, pero dígame quién es usted. Le prometo que no moveré un solo dedo para denunciarlo. Incluso, mire, le doy mis dos tarjetas con todo y mis números confidenciales.
LADRON (riendo):
A poco tiene tarjetas. Chale. No tiene ni siquiera tortillas en el refri, pero sí tarjetas. Qué cosas pasan en este país, jijos...
PERLA:
Claro que no hallará grandes cantidades; pero de que se va a llevar una lana, se la va a llevar. ¿Tiene una pluma? (El LADRON le da un bolígrafo.) Gracias. (PERLA anota en una servilleta sus números confidenciales) No me tardo, voy por mis tarjetas.

PERLA sale apresurada por la puerta de la recámara.

LADRON:
Yo nomás vine por la televisión, Cucarachita.

PERLA regresa y le entrega la servilleta y el par de tarjetas.

PERLA:
Aquí tiene.
LADRON:
Chale. Hace que me sienta como una vil piruja: usted me paga y yo le presto, ¿no?
PERLA:
Nada de eso.
LADRON:
Tome sus plásticos (se las devuelve). Yo no estoy en venta. Le voy a revelar mi secreto de a oquis. Yo soy nada más ni nada menos que...

EL LADRON estaba a punto de quitarse el pasamontañas, pero PERLA le detiene la mano.

PERLA:
¡No!
LADRON:
Oiga, no grite. Me espantó.
PERLA:
Es que... Eh… ¿Puedo adivinar?
LADRON:
Qué cosa.
PERLA:
Sí, mire: yo le hago preguntas y usted sólo contesta “sí” o “no” hasta que yo consiga adivinar quién es.
LADRON:
Va. No has cambiado nada, Cucaracha, sigues igual de ocurrente.
PERLA:
Pero si adivino su identidad, no se llevará la tele.
LADRON:
Y que mi abuela me dé una tunda de paraguazos, ¿no?
PERLA:
Castigos son castigos.
LADRON:Cómo eres perversa, Cucaracha.

UN TRAVESTI LLAMADO DESEO


Ruvinski
Las mudanzas siempre nos traen regalos. Al sacar mis libros de las cajas de cartón para acomodarlo en mis estantes, me encontré con un libro que me interesó, como igual le interesaría a todo fan de Un tranvía llamado Deseo. Se llama 3 crónicas del teatro en México. En él, Dolores Carbonell y Luis Javier Mier Vega escriben sobre tres puestas de la obra cumbre de Tennessee Williams realizadas en la ciudad de México. Este libro, en parte, satisfizo mi interés por saber cómo y quienes interpretaron Un tranvía en tiempos pasados; sobre todo, la puesta en escena de Seki Sano. Yo ya sabía que María Douglas había interpetado a Blanche Dubois; Wolf Ruvinski a Stanley Kowalsky. Y Siempre me intrigó cómo fue que Ruvinski, un luchador rudo y malo, malo por villano y mal actor en las películas de luchadores, llegó a Bellas Artes en el papel de Stanley Kowalsky. Carbonell y Mier Vega nos lo cuentan. Resulta que Wolf Ruvisnky se apareció al lugar donde Seki Sano ensayaba Un tranvía y, “en forma casual”, el luchador se despojó de la camisa; Sano le vio ese torso precioso y así fue como Ruvisnki le arrebató el papel a Ramón Gay, un tipo “bonito y delgado”. Muy pronto, luchador y director, se dieron cuenta de que no era lo mismo hacer machincuepas en el ring que construir e interpretar un personaje. A punta de lecciones de actuación y gritos a granel por parte de Sano, Wolf Ruvinski abandonó su acento argentino y pulió su dicción para darle vida a Stanley Kowalsky. Así, pues, Ruvinski-Kowalsky apareció por primera vez ante Dubois-Douglas, nerviosita y caliente, y la hizo sentir más vulnerable y desnuda que nunca. Blanche y el público tuvieron la certeza de que ese hombre era un peligro, de sólo de verlo producía temor y temblor, y que no había modo de escapar de sus más cochinas intenciones.
Una vez que Wolf Ruvinski caminaba por la calle de Madero, se topó a Salvador Novo. Entraron al Sanborns de los azulejos y bebieron un café y otros más en citas subsiguientes. Ruvinsky invitó a Novo a un ensayo de Un tranvía; el maestro asistió y le encantó. Consideró que la puesta de Seki Sano era digno del Palacio de Bellas Artes. Gracias al buen olfato de Novo, la obra se estrenó con éxito en el Palacio, un 4 de diciembre de 1948.

Brando
La versión gringa de Un tranvía se estrenó en Broadway un año antes; es decir, en 1947, con las actuaciones de Jessica Tandy, en el papel de Blanche Dubois; y Marlon Brando como Kowalsky, que entonces tomaba clases de actuación con Elia Kazan. Cuando Elia Kazan leyó el texto, no dudó en llamar su alumno para el papel de Kowalsky. Pero quería contar con la anuencia del autor, Tennessee Williams. Kazan le envió un telegrama a Williams en el cual le decía que le mandaba a un joven actor para que leyera algunas líneas de Un tranvía, pues le parecía que tenía talento. Brando llegó a un búngalo de Cabo Code, lugar donde pasaba unos días de descanso el dramaturgo. Brando preguntó por qué el búngalo estaba a oscuras y sin agua. Williams respondió que tanto él como su amiga Margo no sabían de plomería ni de electricidad. Al punto, Brando se quitó la camisa, arregló ambas cosas e hízose la luz, el agua, y se puso a leer en voz alta, sentadito en una esquina, el papel de Kowalsky. Aún no pasaban diez minutos de lectura cuando Margo saltó, pegó un grito, y le dijo a Tennessee: “¡Háblale orita mismo a Kazan! ¡Es la lectura más padre que he escuchado dentro y fuera de Texas!” Brando pasó el casting. Un poco más tarde, Tennessee le leyó poesía; llegó la hora de dormir y el joven actor tuvo que acostarse en la sala, pues no había más camas. A Tennessee, Brando le pareció guapo, pero no le echó el can. No acostumbraba a coquetear con sus actores, generalmente; y Brando no iba a ser la excepción. Al otro día, dramaturgo y actor salieron a caminar un largo trecho de playa. ¿Qué platicaron? Nada. De ida, se fueron callados; de regreso, también. Brando, entonces, era un tipo tímido, el mejor estudiante del Actors Studio, un alma buena en un cuerpo de chacal. Su físico musculoso y agresivo lo consiguió gracias a las chambas que hizo antes de volverse actor. Había trabajado en una fábrica de azulejos y fue conductor de excavadoras.

La Dubois
Una noche soñé lo siguiente: Avanzo por el caminito verde que va de Insurgentes Sur a la Facultad de Filosofía y Letras. De pronto, veo a Beto de la Selva; camina con ese pasito lánguido que le dejó para siempre su etapa de bailarín; se dirige hacia mí, y me dice: “Estoy que no me la creo. ¡Voy a interpretar a Kowalsky!” Le digo: “Entonces la obra tendrá que llamarse Un travesti llamado Deseo.
No recuerdo cuál fue la reacción de Beto. A la mejor hizo su rabieta, como rabieta hubiera hecho Tennessee si alguien le hubiera contado un sueño como el mío. Le hubiera parecido un chiste de muy mal gusto, porque los travestis no le hacían ninguna gracia; no los entendía; decía que estaban fuera de su comprensión. Estaba seguro de que los travestis perjudicaban el Movimiento de Liberación Gay, porque hacen una parodia de la homosexualidad que no se ajusta a la verdad, dan una imagen muy mala al público y no sé qué tanto. Por eso, Tennessee montó en cólera cuando el "Gay Sunshine" (núm. 29/30) aseveró que Un tranvía y varias obras más de Tennessee Williams eran falsas porque trataban sobre homosexuales disfrazados de mujeres. El dramaturgo les replicó que esa afirmación le parecía pretensiosa, ridícula y peligrosa. Peligrosa para su dramaturgia y para el arte en general. Bueno, creo que el "Gay Sunshine" exageró un poquito al decir “varias obras más”. Yo no creo ni veo vestidas en ninguna obra de Tennessee. Salvo en… Un tranvía llamado deseo. Sí, Blanche se me antoja una vestida, con el perdón del señor Williams. La Dubois (empezando por el nombrecito) es extremadamente sofisticada, a punto de ser caricatura; tan pirada, ideática y chacalera. No estaría mal una puesta adaptada en México en la que Blanche fuera un travesti. Por ejemplo: La Dubois llega a Córdoba, Veracruz; trae puestas unas chanclitas, pescadores atrincadísimos, unas gafas sobre la cabeza y un bolso Louis Vuitón colgándole del hombro. Entonces, cuando La Dubois llega a casa de su hermana Stella, le dice a Kowalsky: “Tú debes de ser Stanley, ¿verdad?” Stanley Kowalsky, con el torso desnudo y sudado por la inclemencia del calor tropical, dice: “Hola” Y en ese apretón de manos los dos descubren que habrá de iniciarse una pasión transgénero como nunca antes vista.
Take it easy, Mr. Williams, no pasa nada. En la guerra y en el mundo de la imaginación todo se vale.

Crónicas de amor y olvido en la terraza del hotel Belmar

Obra de teatro en dos actos


PERSONAJES
Glenda Ross, de 56 años de edad
Laura, mujer de 57 años
Ángela Pannini, de 58
Señora Pitman (Alicia Prado) de 55
Eva, de 50
Renata, de 60
Margot, de 59
Sirvienta, de 45
Policía 1
Policía 2

(Fragmento)





Primer acto


ESCENA I

Un haz de luz cae sobre Glenda Ross. Está en traje de baño. El resto del escenario está a oscuras.
El primer acto terminará con la puesta del sol. Las tareas escénicas de cada personaje se desprenden de los parlamentos.
Época: anacrónica.

GLENDA
Hola. Mi nombre es Glenda Ross. Y de entrada les digo que yo no soy la personaja principal de la historia que verán. Sólo soy una humilde supporting actress. Si me ven vestida así, o mejor dicho, desvestida así, es porque me encuentro en la terraza del hotel Belmar. He salido a tomar un poco de sol y, sobre todo, a socializar. Mi estancia aquí no es meramente casual ni por motivos vacacionales. No. Vine a Puerto Ventura por razones de trabajo creativo. Me explicaré. Soy una lectora voraz y como todo lector, tuve el prurito de escribir lo que suele llamarse ficción. Mi olfato de escritora novel, en cuanto entré a la agencia de viajes, me dijo: “Glenda, en el Hotel Belmar encontrarás la historia de amour fou, y su sólito desenlace trágico, que durante tanto tiempo has buscado.” Y así fue, mi olfato no me engañó. Aquí conocí a las personajas de mi historia y las circunstancias que las llevó a un desenlace fatal. Permítanme, ahora, presentarles sólo a cuatro personajas: Ángela Pannini (lentamente será iluminada por un haz de luz; ella está frente un bastidor y con pinceles en la mano) es una artista plástica; y, aunque ustedes la vean muy entregada a su oficio, tan difícil como apasionante, acaba de incursionar en él. Sí, abandonó los reflectores para dedicarse a la Pintura. Ángela fue actriz de la Época de Plata del Cine Nacional y si hay algún cinéfilo por aquí habrá de reconocerla al punto. A la ex actriz la acompaña su asistente: Eva (un haz de luz la ilumina poco a poco). Eva no es una chica alegre; ahora la ven riendo porque posa para una foto de playa. Lo cierto es que jamás la volverán a ver feliz; y la razón la sabrán dentro de poco. Ángela y Eva ahora pasan una temporada larga en el hotel Belmar. Al lado de ellas, sentadas en poltronas y con sendas copas etílicas, vemos a Laura y Renata (cae rápidamente un haz de luz sobre ellas). Las dos son hermanas. Parecen discretas y apacibles. No son lo uno ni lo otro. ¿Amorosas? ¡Menos! El lazo que las une no es el cariño, sino la queja, la carrilla y el aburrimiento constantes. Enfadosas como ellas solas. Sin embargo, después de que se volvieron mis personajas, aprendí a adorarlas. En fin, no los predispondré, ni quiero agobiarlos con un monólogo cuya única función es la de regalarme un parlamento grande, pues a lo largo de esta historia tendré puras participaciones chiquitas. Querido público: gracias por su finísima atención y ¡que corra la escena! Ah, olvidaba decir: todas las tardes solían reunirse aquí, a esta hora, para ver la luz sangrienta y mortecina de la caída del sol. Esta era, apenas, mi segunda tarde en el confortable hotel Belmar.

La SIRVIENTA del hotel entra y le entrega un coco con popote a GLENDA ROSS.

GLENDA (a la SIRVIENTA)
Gracias, linda.

La SIRVIENTA sale. GLENDA cruza, con coco en mano, el escenario; se sienta en una poltrona. Se aplica protección solar en el cuerpo. RENATA y LAURA están acostadas en poltronas. LAURA se pone de pie y mira el cuadro que pinta ÁNGELA PANNINI.

LAURA (a ÁNGELA PANNINI)
¿Puedo ver?... ¿Qué es lo que pinta?
ÁNGELA
El mar.
LAURA
El día de hoy, el mar no está como para pintarlo. Yo se lo tiraría a los perros; que lo estrujen, lo despedacen y lo devoren.
ANGELA
¿Por qué?
LAURA
No sé; hoy el mar me parece feo. Otras veces el azul es más azul. Hoy más bien parece grisverde, con manchones guindas. Como si pronosticara algo malo.
RENATA
Ya vas a empezar.
ÁNGELA
No hay mar feo. A mí todos los estados del mar me gustan.
RENATA
¿Es óleo?
ÁNGELA
Acrílico con chapopote.
LAURA
Una técnica muy audaz.
ÁNGELA
¿Usted también pinta?
LAURA
Cuando estaba en el Colegio. Según yo, era pintora. Hacía retratos de mis amigas, de lo más ingenuo, ¿sabe? Siempre de frente y con una guía de teresitas en la cabeza. Qué bueno que no me dediqué a eso. Carezco de talento.
RENATA
El arte escoge a sus adeptos.

Entra la SEÑORA PITMAN.

SEÑORA PITMAN
¡Señor Pitman, señor Pitman! Perdón, ¿alguien ha visto al señor Pitman?
EVA
No.

EVA se oculta detrás de ÁNGELA.

ÁNGELA (a EVA)
No le tengas miedo. No te hará nada.
LAURA (a la SEÑORA PITMAN)
¿Quién es el señor Pitman?
SEÑORA PITMAN (ignorándola)
¡Señor Pitman! ¡Señor Pitman!
RENATA
Mírala. Se va… (LA SEÑORA PITMAN sale) No se molestó en contestar.
LAURA
¿Cuántas veces habrá de preguntarnos por el señor Pitman?
RENATA
Ha pasado por aquí cerca de setecientas cuarenta y cinco veces.
EVA
Yo pienso que más.
LAURA
Esa mujer comienza a preocuparme. Sospecho que no debe estar bien de sus cabales.
RENATA
¿Ah, sí?
LAURA
Basta con mirarla.
RENATA
Basta con escucharla.
LAURA
¿Por qué no le prohíben la entrada? Sólo de verla se me enchina el cuero. Parece un alma en pena; véanla y díganme si no.

Entra LA SEÑORA PITMAN

SEÑORA PITMAN
¡Señor Pitman! ¡Señor Pitman!
LAURA
Cállenla, por favor…
ÁNGELA
A mí no me exaspera. Yo más bien siento compasión. Es difícil aceptar la muerte de un ser querido.
LAURA
¿Cómo?
ANGELA
La historia, por dramática, es digna de llevarse a la pantalla. Cuéntaselas, Eva.
EVA
¿Yo?... ¿Y si no la digo bien?
ÁNGELA
Sí sabrás, anda.
EVA
Sí, señora. La señora Pitman entonces contaba con treinta y cinco años de edad. Ella y el señor Pitman vinieron a pasar la luna de miel a Puerto Ventura; si luna de miel puede llamarse al único día que pasaron juntos en este paradisíaco lugar. Ese día, los dos comieron un coctel de camarones y al señor Pitman, de pronto, se le hincharon cara y panza, a la vez que la temperatura de su cuerpo ascendió de tal modo que sufrió una fuerte convulsión que lo llevó a la tumba.
ÁNGELA
Sospecho que a las damas no muy les interesa la historia.
LAURA
De ninguna manera. Continúe, por favor. A mí me encantan las historias de amores con desenlaces trágicos.
RENATA
No sólo te gusta escucharlas. También has sido protagonista de dos o tres historias con tales características.
LAURA
¿Quieres que te replique con una majadería?
RENATA
Continúe, Eva, por favor.
EVA
La señora Pitman, después de buscar a su marido a diestra y siniestra, a lo largo y ancho de la playa, no lo encontró. Corrió hacia el interior del hotel y pidió al personal que le ayudaran a encontrarlo cuanto antes. Criados, pescadores y vendedores abandonaron por un instante sus obligaciones y se entregaron a la tarea de localizar al señor Pitman. Días, noches, semanas pasaron y del señor Pitman ni sus luces. Luego… este…
ÁNGELA
Pero una aciaga mañana…
EVA
Sí. Una aciaga mañana de horizonte brumoso, el mar se estremeció y vomitó la mano izquierda del señor Pitman.
LAURA (asustada)
¡Ay!
RENATA
¿Y qué le hace pensar que era la mano del señor Pitman y no la de un náufrago?
ÁNGELA
Era la del señor Pitman, por supuesto. La sortija matrimonial en el dedo anular lo delataba.
EVA (a ÁNGELA)
Señora, esta historia no debí contarla. Siempre nos trae mala suerte. Acuérdese de la otra vez; nos dio por hablar de ella y esa noche tembló con tanta intensidad que un maremoto sepultó el obelisco de Santander.
LAURA
Yo también presiento que algo va a pasar. Y no es precisamente por su historia. ¿No ven raro el mar?
GLENDA
Disculpen que me entrometa, pero no puedo evitar atender tan extraño como fascinante relato. (A EVA) ¿Me permite hacerle una pregunta al respecto?
RENATA
¿Nos dice su nombre?
GLENDA
Glenda. Glenda Ross.
RENATA
Yo soy Renata Corinto. Ella es Laura, mi hermana.
GLENDA
Encantada.
LAURA
Ay, no. ¡Ahí viene de vuelta la señora Pitman y su búsqueda sin fin!
GLENDA (a EVA)
Y mire que tengo excelente concentración, debido a que dirijo un taller de creación literaria. Ustedes saben, mis alumnos tienen que leer sus composiciones y yo tengo que atender. El foco de atención de un tallerista no debe ser otra cosa sino lo que el alumno lee, porque al final de la lectura hay que comentar los trabajos; que si está bien escrito, que si tiene un planteamiento, desarrollo y desenlace, que si la historia pertenece al realismo o a lo fantástico. Y esta manía de escuchar con este esquemita, si ustedes quieren, no me la puedo quitar de la cabeza. No, no puedo. Pero, no vaya a molestarse con lo que va a escuchar, pero ante su historia me perdí. Sí. O mi entendimiento está sufriendo los estragos de la insolación. O…
RENATA
O son dos historias.
LAURA
¡Ahora mismo voy a exigir que le impidan la entrada a la señora Pitman o de plano tendré que hacer mis maletas! ¡No aguanto su imprudencia!
GLENDA
Son dos historias, ¿verdad? Ja, ja, ja. Claro, ja, ja, ja, dos…
RENATA
¿A dónde vas, Laura?
LAURA
A poner una queja.
RENATA
¡Te me sientas! Yo no estoy aquí para visitar tribunales.
LAURA
No voy a ningún tribunal. ¡Señorita!... ¡Cht! ¡Aquí!
RENATA
¡Tampoco llames al servicio ahorita!
LAURA
¿Por qué? ¿Qué te pasa, Renata? Suéltame. ¡Ya me senté! ¿Contenta?
GLENDA
Claro, la primera historia se refiere a la muerte provocada por la reacción alérgica. La segunda, a la del hombre que devoró la mar. Entonces, el hombre murió dos veces. Un relato fantástico. ¡Es un relato que pertenece a lo fantástico!
LAURA (a RENATA)
¿Por qué me gritas enfrente de la gente? ¿Por qué me coges del brazo como si quisieras rompérmelo, eh?
GLENDA
Y otra cosa: ¿de dónde extrajo la historia del ahogado? Suena… suena como a anécdota de novela inglesa. Escrita por Elizabeth Taylor.
RENATA
Elizabeth Taylor es actriz, amiguita.
GLENDA
Existe una escritora llamada Elizabeth Taylor, por si no lo sabe.
LAURA (burlándose de RENATA)
Ja, ja, ja, ja…
EVA
Esta fue la historia de la señora y el señor Pitman. Gracias.
LAURA (a EVA)
Fíjese que yo también soy alérgica a los frutos del mar. Cada vez que los como se me dificulta conectar un pensamiento con otro.
RENATA
Quieres decir que te acabas de comer un ostión.
ÁNGELA
Qué extraño; yo sé que generalmente da urticaria.
RENATA
Lo de Laura es urticaria cerebral.
LAURA
Babosa.

¿Y QUÉ FUE DE BONITA MALACÓN?, fragmento de novela.

MAYA Y ESTHER ANDRACA


— Yo fui amiga de la mamá de Bonita Malacón cuando éramos muchachas. Es más, y no es que me quiera hacer la muy importante, pero yo presenté a Janda con Ezequiel Malacón en un baile de Navidad, en el salón del H. Ayuntamiento. Esa misma noche se conocieron y se hicieron novios, duraron ocho meses de noviazgo y… se casaron. Fue cosa nomás que se pusiera uno frente al otro para que cayeran enamorados. Como de película. Quién lo iba a creer: sin mí, óyelo bien, Bonita no hubiera nacido ni hubiéramos tenido una Belleza Internacional.
— Ora resulta.
— Por eso lo advertí, Esther: no es que me las quiera dar de muy muy, pero si no los presento, Bonita no nace. Así de sencillo.
— Bueno, pues sí.
— Después que Janda se casó, ella y yo continuamos nuestra amistad.
— Sí, me acuerdo.
— Nos pasábamos todas las tardes juntas, platicando de sonsera y media. Chismes del pueblo porque, ¿de qué otra cosa se va a hablar aquí?: que si Fulanita salió embarazada, que si Zutano tenía querida en El Carrizal, que si en la boda de Perengana habían dado la comida aceda, que si/
— El joven nos vino a preguntar por la vida de Bonita, no la de la mamá. Mucho menos de la tuya, Maya.
— ¡Ay, pero si también la historia de Alejandra forma parte de la historia de Bonita! ¡Ella le dio la vida! ¿No, joven?... ¿Ya ves, Esther? Tú ayudarás mucho si te mantienes con el pico cerrado. Cada vez que hablas es para interrumpir a lo tonto; no aportas nada.
— Ya, pues.
— Decía entonces que… Oye, muchacho, ¿no está muy fuerte ese reflector? Me irrita los ojos.
— Si lo apaga no vas a salir bien en la televisión.
— Qué problema. Bueno, pues a ver qué tanto aguanto; si no, hasta donde se pueda. Decía que yo era la única amiga de Janda.
— Yo también fui su amiga.
— Y esa amistad me hacía mucho bien. En este pueblo infernal, con muy poca gente se puede conversar como es debido. Con Janda hicimos muy buena mancuerna; en todo nos entendíamos a las mil maravillas. Fíjate cómo estábamos de compenetradas que llegamos a inventar un idioma para que nadie se enterara de lo que hablábamos. Al idioma este le llamamos “igui-igui”, porque al final de cada sílaba le pegábamos el sonido “gui”. Te voy a explicar: si decíamos “hola”, había que decirlo así: “Hogui lagui.” “Hogui lagui, ¿cogui mogui eguis taguis?” Estábamos locas de la cabeza. No sólo nos traía diversión hablar en “igui-igui”, también nos trajo una desgracia: por culpa de esta lengua me echaron de la casa de Janda. Es que no nos medimos. En una ocasión, delante de Ezequiel se nos ocurrió hablar en nuestro idioma, y orita no me acuerdo qué cosa dijimos, pero nos dio una risa que no podíamos parar. Y Ezequiel, como no comprendía, creyó que nos estábamos burlando de él y… pues me echó de su casa. “En mi casa no te vas a burlar de mí. Así que ahuecando el ala.” Y me fui.
— Y por celos. Ezequiel te tenía celos.
— Sí, por celos.
— Ezequiel creía que Janda y tú tenían más que una inocente amistad.
— Esther…
— Eran mentiras.
— Sí eran mentiras. Los celos son una cosa que alteran la visión y el oído de quien los padece. De modo que la persona celosa muchas veces pasa por loquito, porque percibe el mundo como nadie lo percibe. Ezequiel me atribuyó cosas que nada tenían que ver conmigo; dijo que yo tramaba romper su matrimonio para que Janda tuviera sólo atenciones para mí. ¡Por favor! Si yo los presenté, caray. Pero, bueno, ya dije, los celos son una enfermedad. Al principio fue diferente, los tres nos llevábamos muy bien. Inclusive, a él le hacían gracia las anécdotas que yo les platicaba de mi trabajo.
— Pero di cuál era tu trabajo.
— Yo tenía la concesión de la cervecería de la Corona y en ese tiempo, salía en mi camioneta a repartir la mercancía. Entonces ya te imaginarás todas las cosas chuscas que vi y escuché; se las refería a ellos y se botaban de la risa. Creo que me volví su diversión. Incluso, yo les regalaba cortesías para que entraran sin pagar en las variedades que traía la Corona. La niña Bonita tenía como diez meses de edad cuando le empezaron sus celos a Ezequiel. ¡Tampoco me permitía que abrazara a la niña! Dijo que a la mejor se iba a acostumbrar a mis brazos y eso no era bueno. De plano, una vez que me dice: “Tú no puedes rivalizar conmigo, Maya. A Janda jamás le darás lo que yo sí puedo darle.” “¿Qué quieres decir Ezequiel?”, le pregunté. Y el tonto que dice: “!Te quiero decir que abandones las intenciones de conquistar a mi mujer! ¿No entiendes?” Mira, yo estuve a punto de lanzarle un golpe, pero me arrepentí. Qué caso tenía dejarle un marido inválido a Janda. Nomás le dije: “Estás mal, Ezequiel. Estás mal.” Y allí fue cuando me dijo: “Así que pinta tu calavera.”
— ¿O Ezequiel no estaría enamorado de ti, Maya?
— ¡Cómo crees!
— Digo.
— Él estaba enamorado de Janda. No inventes, por favor. Nomás quería que su mujer tuviera atenciones para él y para nadie más. Le molestaba que yo u otro se acercara a ella. Se puso mal de la cabeza. Así son los celos: uno ve moros con tranchetes.
— Di, pues, que Janda era simpática de cara y cuerpo; si no, no se entenderán los celos de su marido.
— Ah, sí, claro. Además, dueña de una personalidad impactante. Yo pienso, fíjate, que Janda era mucho más bonita que Bonita. Valga la redundancia.
— Cuenta lo de la filmación en Omitlán.
— Qué bueno que me lo recuerdas. Cuando vinieron a filmar “Río de pasiones”, aquí en el río Omitlán, los productores, mientras comían en el restaurán “Perlita”, vieron pasar a Janda. Ella todavía no se casaba. Y, pues, quedaron prendados de la muchacha. Ni tardos ni perezosos corrieron a casa de mi amiga a ofrecerle no sé qué tantas ofertas de trabajo en el cine. Pero su padre se sintió ofendido cuando escuchó el interés de los productores por ella. Les dijo a los hombres que esa no era vida para una señorita como Janda. “Así que se me van a enchinchar a otro lugar”, les dijo.
— Pero menciona la grosería que dijo el papá de Janda a los productores.
— “No quiero putas en mi familia.”
— Ji, ji, ji. ji.
— El señor estaba convencido de que el cine era un gran burdel. Y, pues, no la dejó ser artista.
— A mí me consta que Abel Salazar, el actor de esa misma película, cuando vio a Janda, la quijada se le cayó al suelo de la impresión. ¡Yo lo miré con estos ojos! Él estaba estudiando unas hojas, sentado en el mismo restaurán, cuando vio a Janda que cruzaba la calle.
— Yolanda Varela, compañera de película de Abel Salazar, no era tan bonita como mi amiga Janda.
— Tienes razón, Maya. Janda es la causa de la belleza de Bonita.
— Ay, pero qué lindo bebé fue Bonita. Cómo me gustaba cargarla y hacerle travesuras. “Yo voy a ser su madrina, ¿eh, Janda?”, le propuse antes de que a Ezequiel se le metiera el chamuco. Y los dos estuvieron de acuerdo con que fuéramos compadres. Pero el sacerdote se opuso, que porque yo no estaba casada. ¡Odié a ese padre y a toda la bola de santitos de la iglesia!
— No blasfemes. El padre Paco se negó, no porque fueras soltera, sino por todos los chismes que se decían de ti. Por esa misma época te peleaste a trancazos con Aníbal Cué porque te gritó “machorra” en una procesión de Semana Santa. De la golpiza le vino una embolia.
— ¡La embolia le vino porque era un borrachales! ¿A quién, dime tú, se le ocurre ir a una procesión en estado de embriaguez y bajo el sol de abril? Yo nomás le di un cuatepín. Insolación y borrachera, imagínate. Claro que el hombre cae al suelo, no por el golpe, más bien por lo borracho, le da una embolia y todos dicen: “Maya se la provocó.”
— Y el padre, igual pensó que tú lo habías amolado. Por eso te negó el madrinazgo de Bonita.
— Pues de a tiro tan sonso el padre, que no se informó bien cómo estuvo el asunto. Tampoco me iba yo a dejar que me llamara “machorra” aquel teporocho. ¿Por qué razón, si yo me doy a respetar?
— Eras muy atrabancada.
— Esto lo vas a cortar, ¿verdad, joven? Conste. Y tú, Esther, mejor fueras por mis gotas; ya no aguanto mis ojos. Te decía que… ¡Pero anda, ve, están sobre la repisa!... Entonces, me dice Janda: “No serás la madrina, pero nos podemos decir comadres.” “Uy, no, así de chismito no me gusta; ni que fuéramos escuinclas para andar jugando a las comadritas”, le dije. Y a mí me dio tanto coraje, tanto sentimiento esa afrenta que no asistí a la fiesta de bautizo. Los padrinos fueron Juan y Chica Pino. Esa tarde me la pasé encamada, llore y llore. No obstante me quedaba un consuelo: le puso el nombre que yo le sugerí: Bonita… ¿Cómo dices?... ¡Pues porque estaba Bonita la chamaca! Esa era la única razón. Fíjate, si no meto mi cuchara, su nombre hubiera sido Carmen.
— Pero cuéntale de dónde sacaste el nombre.
— Ya dije: porque estaba bonita. ¿Y mis gotas?
— Ya voy, pero cuéntale lo de los gringos.
— Ah, sí. El nombre de Bonita lo escuché en la tienda Novedades Nancy, la vez que fui a comprar una faja para uno de mis chalanes. Al mismo tiempo, entró un grupo de gringos; y una gringa pecosa, que hablaba español como Dios le daba a entender, le decía a don Arturo que quería un “ponchou”. Y, pues, andaba errada la mujer porque aquí con tremendos calorones nadie usa ponchos ni mañanitas. El grupo de gringos ya había salido de la tienda; menos la gringa, terca que quería su “ponchou”. Entonces, un gringo negro de cabello pochunco, le gritó a la gringa, desde la calle: “¡Bonita, come here!”, que en español quiere decir: “Bonita, ya vente para acá.”
— No hay necesidad de que traduzcas. De seguro el joven sabe más inglés que tú.
— Y la gringa, necia que su “ponchou”. Y el gringo prieto: “¡Bonita, que te vengas!” La gringa se resignó y salió a reunirse con sus paisanos. Yo me quedé pensando: “Es curioso que siendo gringa y fea se llame Bonita.” Desde entonces se me quedó grabado el nombre. Ya cuando nació la hija de Janda, me dije: “A ésta sí le iría bien el nombre de Bonita y Bonita será.”
— Aunque el nombre de Carmen no le hubiera ido tan mal a la chamaca. También es un nombre simpático.
— Pero nada como Bonita. Ella nació para ese nombre.
— Eso sí.