DOS PASTILLAS DE "UBICATEX"


De joven, como todos los jóvenes, me sentía muy nalguita. Me sentía muy acá, como muy perfecto; creía que el mundo lo tenía a mis pies. Y creo que, en efecto, lo tenía a mis pies, pues así me conducía y la gente me daba el avión. Pero nada es eterno. Pasa el tiempo, y es el tiempo mismo quien te da tus pastillas de Ubicatex. Las dos pastillas de Ubicatex que quebrantaron mi egocentrismo juvenil fueron dos. De seguro fueron más, de lo contrario viviría pirado. Pero son dos las que recuerdo con cariño y gratitud; y son las que menciono en líneas de abajo.
La primera pastillita es la siguiente.
Una aciaga tarde sonó el teléfono. Era mi mamá. Me hablaba desde Palma Gorda para hacerme una "cordial invitación". Dijo que me quería llevar a Acapulco, puesto que en el Centro de Convenciones se presentaría un sanador famoso que, a fuerza de oraciones masivas, curaba todo tipo de enfermedades. Le dije: "Hasta donde sé, no sufro de ningún mal." Entonces, ella replicó: "Eso es lo que tú crees, hijo; quiero que sepas que eres bizco." "¿Cómo que soy bizco?" Y ella: "Claro, desde que eres chiquito se te va un ojo chueco. Y quiero que te lo enderecen para que veas las cosas como son." "¡Eso es falso!" "¡Eso es tan cierto como esta plática! Si tienes una foto de frente, mírate bien y me darás la razón"; esto lo dijo con una seriedad que parecía enojo. Yo me sentí humillado y ofendido. Triste. Y para no acabar la plática en drama, le dije que agradecía su invitación pero mi ojo chueco hasta ahora no me había producido problema alguno." Nos despedimos, y al punto corrí a abrir mi álbum de fotografías, y entonces le di razón a mi mamá. Era verdad, por primera vez me daba cuenta de que mi ojo izquierdo se pega un poquito hacia mi nariz. ¡Soy bizco y a los 36 años de edad me venía a enterar!
La segunda pastilla me la dio, no hace mucho tiempo, un galán que tuve. Cuando nuestro amor comenzó a volverse rutina, él me dijo que lo que no le gustaba de mí eran mis patas cortas y mi torso muy largo. Yo puse cara de no dar crédito cuando lo escuché. "Sí, y si no lo crees vayamos al espejo", me dijo. Tenía razón el desgraciado. Nos pusimos los dos frente al espejo, y entonces descubrí esa desproporción que desconocía. Así que, antes de que continuara enumerando mis defectos, lo mandé por un tubo. Sólo hasta entonces comprendí por qué los pantalones me embonaban de manera rara; qué tristeza, ahora me explico por qué no tengo un pantalón que me horme bonito.
Después de esa verdades crueles, mi timidez se acentuó de tal manera que cuando conversaba con alguien, me acordaba de mi estrabismo y le cambiaba la mirada a mi interlocutor. Y hablar en público me ponía inseguro sólo de pensar que se dieran cuenta de mi asimetría corporal. Pero fue Alejandro Jodorowsky quien hizo que me reconciliara conmigo mismo. En su libro "La vía del tarot", cuando habla del arcano número VIII, La Justicia, dice que "equilibrio y perfección no son sinónimos de simetría." Y dice que los constructores de catedrales rechazaban la simetría, pues lo consideraban algo diabólico. Y la verdad a mi me hace más gracia el Bien que el mal. Mi cuerpo, mis ojos, no los fabricaron los ingenieros de las catedrales, pero si el Arquitecto mayor. No soy una nalguita, no soy perfecto; pero me parezco un poquis al Bien. Je, je.

LAS PAUSAS CONCRETAS

Este miércoles 4 de noviembre es la presentación del libro Las pausas concretas, de Roberto Ramírez Bravo en la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes.
Presentan: Yuri Herrera, José Dimayuga y el autor.
No Faltes.