Uno de los planteamientos nodales en materia de filosofía que el ser humano se ha hecho es aquella relacionada con la objetividad- subjetividad.
Desde los primeros pensadores griegos –y quizá desde antes– el dilema del punto de vista sobre el mundo circundante ha sido una de las preocupaciones torales de la mayor parte de las escuelas filosóficas a grado tal que cada una de ellas ha desarrollado, en mayor o menor medida, una fenomenología al respecto.
Sin llegar a un acabado ejercicio del intelecto, los seres humanos todos los días enfrentamos esta disyuntiva que al confrontarla con nuestros pares, casi siempre termina en una discusión: desde una simple fricción conyugal hasta un conflicto político de proporciones bélicas.
La objetividad-subjetividad es parte fundamental de la condición humana y así lo retrata el dramaturgo José Dimayuga en su obra La forma exacta de percibir las cosas, estrenada ayer en las Jornadas Alarconianas en Taxco.
Una pareja gay de hombres maduros que decide pasar una vacaciones en la costa ven transformada su decaída relación con la aparición de un ilustre fantasma: el medico de cabecera de Carlota de Habsburgo, la esposa del emperador Maximiliano.
Paulino, un escritor, y Frank, su asistente, llevan a la costa sus diferencias conyugales tras años de relación, y ahí, en el menos probable de los escenarios, el segundo, especialmente creyente de fenómenos del más allá, conoce al espíritu de Louis Henry y trata de convencer de ello a su pareja.
Eso ocasiona la crispación entre ambos cuando cada uno intenta convencer al otro de sus creencias, situación que llega al límite cuando Paulino conoce al fantasma y tiene una relación cuasi sexual con Louis Henry. A partir de ese momento afloran las dudas, los celos y la insatisfacción de Frank quien decide ponerle fin a la relación de una forma por demás decimonónica: un duelo a muerte que finalmente no lo es. Con esta obra José Dimayuga refrenda su compromiso con un teatro libre y lúdico, sostenido por mordaces diálogos no exentos de humor ácido.
El hecho de que muchos de sus personajes sean homosexuales, no encasilla a su obra como teatro gay. Por el contrario, el autor entiende que la estética, filosofía y moral gay forma parte ya de una nueva sociedad mexicana en la que ya cabe todo.
Lo que si aprovecha en sus diálogos es la picaresca inherente del libro aún no escrito de la Nueva picardía gay mexicana, que compendia el lenguaje propio de la comunidad LGBT y que es una mina de humor sexoso, corrosivo e irreverente.
Uno de los actores fetiche del dramaturgo, Enrique Caballero –la otra es Malena Steiner–, interpreta sobriamente a un centrado Paulino que ve las cosas desde una perspectiva analítica. Por el contrario, el debutante Miguel Ángel Sotelo –toda una revelación tomando en cuentas que es un artista plástico metido a la actuación, suponemos que por alcahuetería del dramaturgo–, da vida a un personaje siempre al borde. Ese contraste entre ambos es el motor de esta comedia con tintes Woodyallenescos y Almodovarianos que confirma la vigencia de uno de los autores teatrales más relevantes del estado de Guerrero. Y eso que no sabe de filosofía.
(Publicado en El Sur, Acapulco Gro., 22 de mayo, 2012.
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