LOS SUEÑOS DE JOSÉ

Pensé que me estaba ligando porque así sin más, dijo: “Está sabroso el sol. Hasta se antoja estar tirado en la playa tomando una chela.” “Sí, ¿verdad?”, fue lo único que dije. No tenía ganas de platicar. Nunca me dan ganas de hablar con taxistas. Pero él, terco: “Además no hace calor, el clima está bueno.” Suspiró. Giré mi cabeza hacia el lado izquierdo para verlo, y me di cuenta de que no era feo. Tenía un bigote bien cortadito como de actor de los años cuarenta. Volteó a verme y sonrió. Ahora descubría que no sólo de perfil era guapo, sino que de frente también. Me preguntó si iba a la playa. Contesté: “Voy a Acapulco a comprar croquetas para mi gato”. Comencé a ponerme ligeramente nervioso. Vi de reojo su pecho y de pronto me imaginé metiéndole mano con el propósito de apretarle una tetilla. “¿Usted es de Palma Gorda?”, preguntó. Le dije que sí, “pero muy chavito me fui a vivir a México, en 1972”. El dijo: “¡Uuuuh, el año en que nací!” Yo me reí para sacudirme un poco la nerviolera. Miré sus muslos: gruesos, fuertes, estrechados por unos jeans descoloridos. “¿Usted también es palmagordeño?”, le pregunté. Me dijo que trabajaba en el sitio de taxis de allí, pero él era de El Ocotito. “Los del Ocotito no nos quieren”, le reproché. Él soltó una risotada: “¿Por qué dices eso?” Me estaba tuteando. Le dije: “Porque cuando mis amigos palmagordeños y yo éramos chavos acostumbrábamos ir en bola a la discotéc Lucero, del Ocotito; entonces los ocoteños siempre nos echaban bronca. A mi hermana sus paisanos le hicieron un chipote con una tecate que le aventaron en la cabeza.” Él arrugó sus ojitos pestañudos, y dijo: “No me digas. Ay, eso no se hace.” “No se hace, pero a mi hermana sí se lo hicieron.” “Pero ahora las cosas han cambiado. Queremos mucho a los palmagordeños. Oye, ¿y a qué te dedicas?” “Escribo. Me dedico a escribir.” Exclamó: “¡Qué bien! Eso es muy bueno. O sea que te gusta leer. A mí también me gusta la literatura. Hay gente que ve la literatura como un terreno yermo del cual no se puede sacar provecho. Pero para mí es como un terreno que esconde una gran veta de oro; la cosa es saber explorarlo para disfrutar su riqueza.” Yo le dije que estaba de acuerdo con lo que decía y cómo lo decía. Confesó que una de sus materias favoritas en la secundaria había sido la clase de español, porque le daba herramientas para enamorar a sus compañeritas. Agregó que fue muy bueno en oratoria y declamación y, sin decir “agua va”, declamó un poema larguísimo titulado “Vivir muriendo” cuyos versos contaban la historia de dos hermanos: uno era Bueno; el otro, Malo, y bien drogo. El drogadicto, bajo los efectos del vicio mata a un hombre, pero quien asume la responsabilidad es el Bueno, de tal forma que lo llevan al bote y, cuando están a punto de fusilarlo, el hermano Malo corre hacia el lugar donde van a fusilar al Bueno, pero ya es demasiado tarde porque mientras confesaba su pecado a la tira, se oyen las detonaciones del pelotón y el hermano Bueno muere. El Malo se arrepiente con gran llanto y se convierte al cristianismo. El taxista hizo una pausa. “¿Qué te pareció?”, me preguntó con los ojos llorosos. “¡Puf! Es un superdramón; qué bárbaro. ¿Quién es el autor?”, le pregunté. “El autor es Josmar Flores.” “¿Josmar Flores?... Pues no, no lo conozco.” Entonces, él replicó: “¡Sí debes conocerlo! Últimamente creció su fama porque… pues, secuestró un avión en Cancún. Amenazó con explotar una bomba.” “¡Ah, sí claro! Y no llevaba  una bomba, sino unas latas de jugo Jumex con unas lucecitas encendidas.” Él dijo: “Así es. Él escribió muchas canciones cristianas y poemas que yo me sé de memoria.” “¿O sea que usted es cristiano?” “Sï.” Yo levanté la voz: “¡Ese Josmar está loco!... ¿Usted cree que es correcto secuestrar a ciento cincuenta personas? ¡Ese día mantuvo a cien millones de mexicanos con el Jesús en la boca!” “No, no es correcto. No sé qué le pasó. Yo me saqué de onda. Esa noche del secuestro, prendí la televisión y agarré el noticiero ya avanzado, pero alcancé a ver a Josmar, y me dije: ‘ah, chirrión, creo que ése es Josmar.’ Pero no escuché de qué se trataba, así que al otro día esperé el noticiero de la mañana y entonces me enteré del incidente; le grité a mi mujer: ‘¡Ven, mira lo que hizo Josmar!’ Mi mujer no podía creerlo. También la mujer de Josmar se veía consternada, porque cuando la entrevistaron tenía cara de no dar crédito. Yo no sé qué le pasó, porque él vivía muy bien, no tenía necesidad de hacer esas cosas. Él vendía muchos discos. Fíjate que cuando mi mujer y yo lo vimos cantar en una convención en Cuernavaca, se nos rodaron las lágrimas de la pura emoción. Yo y otros más, al final de su participación, le compramos discos. Y luego me entero que secuestra un avión. Yo pienso que recayó en las drogas que consumió de chavo cuando vivía en Bolivia; o su cerebro quedó averiado. Hay una canción de él que me gusta mucho, y dice así.” El taxista cantó una canción cuyo estribillo decía: “Ni los monos son homosexuales, ni las monas rameras.” Tuve que interrumpir su número musical porque ya era hora de bajarme del taxi. Le dije: “Aquí me bajo, en el Aurrerá de Las Cruces.” Condujo el auto a la orilla y poco antes de bajarme, me dijo: “¿Cómo te llamas?” Le contesté: “José. ¿Y usted? “Jacob, mi nombre es Jacob. ¿Conoces la historia de José? José, el soñador: viene en el Genésis. Él tuvo tres sueños. ¿Por qué no nos vemos para contártelos?” “Okey, yo te busco”, fue lo último que le dije.
Pero no pienso buscarlo. No quiero saber de sueños de ningún José.

4 comentarios:

Alfonso Cadena dijo...

Encantador, retrato perfecto de un lugar tan común en la vida cotidiana en Acapulco, así son los taxistas sin duda, los agradables, y muchas veces se ha reproducido la escencia de esa escena, me encantó.

José Dimayuga dijo...

Gracias, Alfonso. Un abrazo.

darien dijo...

jose fascinate este texto de entrada te hace imaginarte lugares ambientes reacciones etc muchas cosas interesante que les hace falta a los textos literarios tus obras jose tienen vida propia te felicito

José Dimayuga dijo...

Gracias, Darien:
Aprecio mucho tus comentarios. Agradezco que hayas dedicado tu tiempo a la lectura de mis textos.
Te mando una gran abrazo!